XV

La Risa Clara del Payaso

Despedazó nuestra Costumbre

Y el Mundo nos pareció fresco e intacto

Como acabado de hacer

Desde entonces

Nunca más nos ocultamos

Para acariciarnos soñar o defecar

Y, por fin, en cómo el Nudo de Materia Escarlata, último gran óbice, se deshizo "Sin que nadie lo hubiera tocado" (XXXXV). Esto último luego de un gran compás de espera (XXXI-XXXXIV), que posterga angustiosamente el tránsito liberador y que propicia un ambiente de zozobra y desesperación en los amantes enfrentados con las enhiestas armas de sus sexos:

XXXXIII

La desesperación nos llenaba de Espuma

y nos lanzaba el Uno contra el Otro

con el falo de cristal erguido

como una Espada

Una vez deshecho el nudo (21), el poeta logrará penetrar en el cuarto cerrado siguiendo una de las cuerdas que yacen en el corredor sombrío (Estigia), cuerda como el hilo guía de Ariadna y que al mismo tiempo es la encarnación de la escritura, hilo de palabras (22). Pero escritura entendida ahora como proceso de renacimiento y liberación: a medida que Eielson avanza en la redacción de Ptyx, el poeta experimenta en carne propia las profundas contradicciones de dicho proceso liberador. Dialéctica que ha de continuar en la vida misma una vez que haya puesto punto final (?) al poema, el cual, sin embargo, seguirá su rumbo de espiral fatídica hacia lo desconocido:

XXXXIX

Las Cuerdas prosiguieron

Dibujando una suerte de Espiral Sangriento

Alrededor de la Mesa

Y desaparecieron por el Hueco de la Cerradura (...)

¿Y la Habitación Vacía? ¿Qué había en ella? Paradójicamente, como sucede siempre con la realidad, no está vacía. Aunque desvaída, es la copia exacta del cotidiano comedor en donde se satisfacen las necesidades más primarias del hombre. Para desilusión nuestra, ni siquiera es misteriosa y solemne como la del "Soneto en ix", lo que hace aún más tristes e inútiles los arduos trabajos que ha tenido que realizar el poeta para llegar hasta ella. Un aire de decadencia y vulgaridad envuelve la recámara prohibida (XXXXVII: "La misma Alfombra de Flores Marchitas / La misma Botella de Vino Vacía / Sobre la misma Mesa cubierta de Polvo / Y Restos de Comida"). Y, por cierto, también está adentro el ubicuo Mayordomo-Minotauro, el supremo represor, el superego por excelencia, quien hasta lo último tratará de impedir el rescate de Ariadna, es decir la redención del poeta, a quien amonesta severa y cínicamente, sin importarle que los ojos de éste vean lo contrario de lo que se le dice:

XXXXIX

(...)

¿Para qué ha venido?

¿Ve usted que no hay nada?

Un esquema tentativo de todo este proceso abierto al infinito, en donde acaso nunca habrá un claro vencedor, podría ser el que a continuación se propone. En él, A-M es el segmento correspondiente a la parte inicial del poema (I-VI), es decir donde se habla de la Señora y del Señor, que es su contraparte (léase, reflejo) indiferenciada. M sería el sacrificio de la Señora (la ondina muerta de Mallarmé) (VII) y, al mismo tiempo, umbral de muerte, punto muerto o de fracaso a donde se retorna una y otra vez luego del momento de pasaje o liberación. M es también el verdadero punto de partida del poema en tanto prolongación del "Soneto en ix". Los puntos B, C, D y E, que aparecen en el extremo opuesto de M dentro de sus respectivas elipsis conectadas en espiral ascendente, corresponderían a esas pequeñas liberaciones previas, o ritos de pasaje hacia ninguna parte, a las que ya se ha hecho referencia. Por último, Z es la línea de fuga, la punta de lanza de un poema, de una experiencia, de una aventura ambigua e inquietante que nadie sabe a dónde se dirige ni cuándo acabará:

Visto el esquema propuesto, ahora otra revelación nos golpea y sorprende. Así como misteriosas son las sendas que transita el hombre, misteriosas son las rutas que traza cansinamente el poeta montado en su caracol, quien sin apercibirse de ello, luchando como estaba al abrirse paso por la laberíntica selva espesa de su alma en busca de la nueva vida, ha terminado por confirmar una vez más las visionarias palabras de Borges que más o menos dicen así: "Si se trazara en un papel todas las rutas que un hombre ha transitado a lo largo de su existencia, aparecería en él su propio rostro". La baba que ha rezumado el molusco en su larga marcha hacia la nada, ha reproducido de manera inesperada su propia imagen (y la del poema), cumpliendo de este modo con una insondable ley natural de la que sólo puede dar cabal cuenta el sueño y el arte. Pero hay también otras coincidencias inefables tanto en el cosmos como en la literatura: los siete puntos que en Ptyx conforman la silueta del caracol se corresponden con las siete luminarias de la Osa Mayor, lo que hace que el poema sea reflejo de un soneto y, a la vez, de una constelación. Y como si esto no fuera suficiente, si se invierte la figura de la Osa Mayor (también llamada Carro), reaparecerá el ahora ubicuo caracol (23).

Así, en el olvido encerrado por el marco del espejo se fija, tal vez, la constelación del caracol.

Como Mallarmé, quien explica su soneto como un texto invertido que a sí mismo se evoca por un espejismo interno de las palabras mismas (24), Eielson, mediante la escritura, ha aprehendido el arcano orden del universo reproduciéndose infinitamente en todos los elementos que lo componen, a fin de reafirmarse en su propia entidad que es lo opuesto al Todo y también el revés de la Nada.

   
   

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