Porque amo a mi mujer y a mi hija, y porque quiero creer que soy un hombre bueno yo jamás les contaré sobre los días de mi juventud.

 

Si no se les ocurre nada mejor llámenme Vicente. Es un nombre como cualquier otro. Hasta yo tengo que tener un nombre.

Uno no puede pasarse la vida apuntando a la gente con el dedo índice. Es necesario hablar, poner nombre a las cosas, a los sucesos y hasta a los malditos prójimos que andan pululando por ahí.

-¿Por qué?

La asquerosa compulsión de pasarse la vida verbalizando debe tener su origen en alguna parte, de repente en la patética manía de todo buen cristiano de ponerle su rúbrica a lo que lo rodea. De colocar una bandera. De inventar el refugio de una certeza

 

Yo era un tipo que iba de aquí para allá, que caminaba por las calles sin pensar demasiado en el futuro, sin pensar en la prosperidad, en la responsabilidad; jamás, por ejemplo, pensé plantar un árbol, o tener un hijo, o escribir un libro. Nada de eso estaba en mi mente. ¿Pueden creerlo?

En aquel remoto tiempo yo sólo intentaba mantenerme vivo. Recuerdo que cada día tomaba algunas precauciones elementales para no perder la vida. Era como una manía, era un método para adquirir disciplina, era sólo un ejercicio para mantener musculosa la parte gris de la masa encefálica. Alguien me recomendó memorizar cada día el primer rostro que encontrase al salir a la calle, y luego mirar a otro lado, olvidarme, enterrarlo todo en medio de la marea de rutina. Y más tarde, luego, por la noche, antes de tomarme el vasito de leche tibia, luego de echar la meadita, justo antes de apretar el botón del control remoto, yo tenía la obligación de describir puntualmente en una libreta a aquel personaje estúpido y anónimo; hacer un dibujo hablado. Anotar es algo útil, escuchen bien. Anotar es algo que yo aconsejo a los jóvenes. Es cierto que puede ser incriminatorio, pero hay que saber escribir, hay que inventar un código. El código es lo que determina que el trabajo sea fino.

 

La vida que llevé en los tiempos de mi juventud fue grata. Sí. En cierto modo fue muy agradable. Me ganaba la vida con cosas fáciles, cosas que llevaba a cabo sin demasiado barroquismo, sin ensañamiento, sin malsanos impulsos propios de las películas de género. Lo que pasa es que en el fondo soy solamente un buen hombre, un pobre tipo enamorado. Es cierto que en aquel tiempo yo era un pendejerete, un vago de mierda, un rufián, un amigo de lo ajeno, un criminal, un enemigo público número uno, una rata infecta, y, en general, un malhechor. Quizá estaba en pecado mortal. Si hubiese tenido un barco hubiese sido un pirata, un bucanero, un filibustero, un demonio de los mares. Si hubiese tenido un caballo y una llanura ¿qué hubiese sido? Estoy seguro que las madres de las mujeres a las que amé clamaban a Dios amargamente. Y seguro que mi vida hubiese continuado siendo un trotar irresponsable sino hubiese conocido a Margarita.

Margarita, la mujer con las venas cortadas.

Margarita, la dama que apareció una noche.

Margarita, la que me hizo feliz y me cobró sólo un puñado de billetes.

Porque fue entonces cuando se me metió en la cabeza la estúpida idea de que la vida es algo muy valioso y que lo que hace que la vida valga la pena de ser vivida es una mujer. (Una mujer de preferencia llamada Margarita).

Margarita, light of my life, fire of my loins. Mi sin, my soul.

 

El universo es un sistema de correspondencias, regido por el ritmo; todo está cifrado, todo rima; cada forma natural dice algo, la naturaleza se dice a sí misma en cada uno de su sus cambios; ser poeta no es ser el dueño sino el agente de transmisión del ritmo; la imaginación más alta es la analogía. Ama tu ritmo y ritma tus acciones.

[Octavio Paz/Cuadrivio]

 

El asombro, única razón de la existencia, es el resultado de una relación: el hombre frente al espectáculo de su propia creación.

 

La vida es como los negocios: hay descuentos especiales para clientes especiales.

[en Por la sangre de los otros film de Chabrol basado en novela de S. de Beauvoir]

 
¶.
En realidad no he hecho demasiadas cosas. He pasado la vida como un auténtico vago. Siempre me ha gustado tener tiempo suficiente. Me apoyaba en un poste en la calle y miraba como pasaban los carros. En cierta época llevaba una libretita en el bolsillo y cuando ocurría algo especialmente notorio, digamos una muchacha de trayectoria intachable de pronto rodaba por los suelos, yo inmediatamente sacaba mi lápiz y lo tajaba. Luego, con caligrafía Palmer, tomaba notas en mi viejo cuaderno cuadriculado.
Mis instrucciones eran sencillas; y consistían en prestar atención, en no pasar por alto nada, en convertirme en alguien que debía estar siempre observando y escuchando no importa en qué estado me encontrase, amor, peligro, humillación o dolor insoportable. Mi única satisfacción, la única licencia que me era permitida era la de poder acceder a información recopilada por medios no siempre transparentes. Me estoy refiriendo a cámaras en baños, a micrófonos entre las sábanas, a una constante comparación de referencias en archivos.

Todo esto ha sido un trabajo arduo y un día, de pronto, vi que mi habitación estaba llena de papeles. Un interés por el orden y la disciplina me incitó a trasladar toda aquella basura a un procesador de palabras. Resultaron unos textos escritos en Word en los que cada bite parecía configurar el sonido que nace del contacto del agua con el fuego. Resultaron un montón de sucesos reales maltratados por la caligrafía de un loco maldito. Resultaron palabras que al ser leídas, incluso de reojo, provocan en el sujeto una fulminante hemorragia cerebral.

 

Cualquier ser vivo se distingue de la materia inerte por su capacidad para sacar copias de sí mismo, por su habilidad selectiva para intercambiar sustancias con el entorno y por sus eficaces sistemas para procesar energía. Las tres propiedades dependen en último término de los genes y, por tanto, una forma de replantear la cuestión ancestral "¿Qué es la vida?" es preguntarse cuántos genes se necesitan para crearla, o para mantenerla. Los científicos ya tienen una respuesta aproximada: unos 350 genes parecen ser suficientes. Los humanos tenemos 100.000.

[ El País, Madrid 14/12/99]

 

Yo nací muerto. Nací en una casa colonial muy cerca de la Plaza de Armas. El día de mi nacimiento, al brotar de entre aquellas piernas ensangrentadas mis pulmones estaban apagados. Nací en silencio y con los ojos cerrados. Tengo entendido que alguien parecía convencido de que yo debería morir, o simplemente no vivir. La comadrona del pueblo en el que tuve la desgracia de nacer arrugó la nariz y prefirió dedicar sus afanes a mi madre. Colocaron mi cuerpo sobre una mesa y sólo la feliz ocurrencia de un extraño visitante me permitió iniciar mi estridente incursión en este mundo. Por alguna razón en el lugar estaba presente un tipo con una gran barba blanca. El maldito viejo observó la escena con ojos acuosos y se acercó a la mesa donde habían abandonado mi flaco e infeliz cuerpo desnudo. Me contempló un instante antes de inclinarse y exhalar el humo pestilente de su Chimú sobre mi rostro indiferente. En ese momento enrojecí, me removí y empecé a chillar. Aquel fue un acto piadoso e innecesario.

Mi hogar estaba bien constituido. Mi padre era músico profesional y dirigía una orquesta de 12 profesores. Mi madre fumaba cigarrillos mientras cambiaba los pañales, tal vez para matar los fétidos olores que salían del laboratorio de mis entrañas.

La casa donde nací era grande y limpia y el sol llegaba temprano al gran patio empedrado. Era una casa construida antes de que Bolívar y San Martín se dedicasen a inventar naciones. Era la última de su tipo y todo el mundo lamentó mucho cuando las llamas de un incendio la devoraron hasta los cimientos. Yo no pude continuar con mi sueño de ser algún día profesor en la orquesta de mi padre. Me llevaron a la casa de unos parientes lejanos y me dejaron allí con libros y todo eso para que me convierta en una persona de provecho. Eso que soy.

 

Luego el tiempo hizo su trabajo convirtiéndome en un hombre de piernas largas y espaldas anchas que servían de pedestal a una cabeza de extrañas proporciones. Un hombre cuya cabello, grueso y negro, peinado con raya al medio, le caía sobre las orejas al igual que las ráfagas de humo de una locomotora.

 

Quiere vivir. Dios nos ha insuflado eso en el alma.

[Tolstoi/Ana Karenina]

 

El modesto placer de hallarse en el mundo.

[ M. Yourcenar/Opus Nigrum]

 
La primera vez que reconocí que tenía un problema fue a los tres años. Aparentemente todo se originaba en una pesadilla que se repetía cada noche. No bien apagaban la luz de mi habitación yo cerraba los ojos y me sumergía rápidamente en un sueño profundo. Estaba en el centro del universo. El universo era un mar de fuego. Mi cama, un viejo catre de metal, se mantenía suspendido, rodeado por las llamas del fuego. Amarillas. Con una veta roja que iba desde la base hasta la punta.
Pero el espectáculo de ese incendio era lo de menos. Lo peor era la extraña sensación de que mi cuerpo empezaba a transformarse de una manera diabólica y desproporcionada. Podía tener un brazo de gigante y un pie de enano. O un ojo redondo y profundo y otro alargado como una línea sin final.
Yo era un niño bueno. Creía en Dios y en la Virgen María y cuando me preguntaban qué es lo que pensaba ser cuando creciese yo no dudaba en responder: un santo. Yo quería ser un santo. Pero claro, como todos, sufría mucho por las innumerables tentaciones que se presentan cada día. Y pecaba. Mi pecado favorito consistía en encender fósforos. Me tenían terminantemente prohibido acercarme a las cajas de fósforos, pero ahí estaba yo, mirando fijamente la llamita de fuego.
Una tarde, luego de que astutamente conseguí hacerme de un montón de fósforos supe que había llegado la hora definitiva. No permitiría que me atrapasen. Simplemente estaba decidido a llegar hasta el final
Esperé el momento adecuado y agarré firmemente la botella llena de kerosene que había robado de la cocina. Tenía que meterme en un lugar secreto donde nadie se preguntase qué es lo que estaba haciendo así que fui directo al baño y puse el pestillo. Y empecé. Encendí un fósforo. Luego el siguiente paso: derramé un poco de kerosene sobre el piso y trate de prenderlo. Nada. Los fósforos se ahogaban. Probé otra vez.
Nada.
Nada.
Fue entonces cuando agarré la botella y empapé por completo la puerta del baño . Y, sin vacilar, encendí el fósforo.
La llama estalló frente a mis ojos lanzándome hacia atrás.
En ese momento comprendí que estaba metido en algo terrible y trascendental.
Así que sin miedo abrí la puerta y salí gritando: ¡Se quema el baño!
 

Hace falta toda una vida para aprender a vivir.

[Lema de serie de TV Party of five]

 

No perder nunca de vista el diagrama de una vida humana, que no se compone, por más que se diga, de una horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue.

[Yourcenar/ Memorias de Adriano]

 

El cuerpo humano tiene más de 45 millas de nervios. Disfruta la rienda.

[Durex]

 

-¿De dónde viene esa actitud tan negativa, ese desprecio por la humanidad?

-Soy de Arequipa. Eso me ha provocado una brutal honestidad. Tempranamente me percaté de haber nacido en un lugar distante y sin importancia, y eso me amargó mucho.

 

Sólo hay que vivir lo que se puede vivir. Vivir menos es una lástima. Vivir más es una maldición.

 

Si realmente quieren escuchar acerca del asunto, la primera cosa que probablemente querrán saber es dónde nací, en qué fecha, en qué iglesia fui bautizado, y sí mi padre era de buena familia o no, y sí mi madre era suficientemente abnegada o no, y cuántas casas tuvieron mis abuelos, y si hubo por lo menos un jurisperito entre las ramas de mi árbol genealógico, o si alguien murió como un héroe en alguna de las innumerables revoluciones. Y luego seguro querrán detalles de mi asquerosa infancia y toda esa maldita palabrería que se pone en las biografías. Pero olvídense. O si quieren que les diga la verdad: váyanse a su mierda. En primer lugar toda esa basura me aburre, y en segundo lugar si yo pongo un solo detalle secreto sobre mi familia estoy seguro que correría sangre. Mi abuelo es capaz de saltar de su tumba y hacer crujir sus dientes. Es realmente muy quisquilloso con respecto a los secretos de familia. Así que no destacaré nada más que el hecho de que provengo de una familia ilustre que fue el orgullo de mi patria. Tal vez más tarde se me escapen algunos detalles, pero lo más probable es que sólo me permita alguna indiscreción por urgencias de la trama: para dar el necesario colorido a esta historia y todo eso. Y lo más seguro es que todo sea mentira.

 

Si es que debo ser completamente honesto, en realidad no he hecho demasiadas cosas a lo largo de mi corta pero fructífera vida. Siempre me ha gustado tener tiempo suficiente. Soy más bien del tipo meditabundo. Recuerdo que me gustaba apoyarme en un poste en la calle y mirar como pasaban los carros. En cierta época hasta llevaba una libretita en el bolsillo y cuando ocurría algo especialmente notorio, digamos una muchacha de trayectoria intachable de pronto rodaba por los suelos, yo inmediatamente sacaba mi lápiz y lo tajaba. Luego, con caligrafía Palmer, tomaba notas con la esperanza de alguna vez darles la debida forma para su imprescindible inserción en alguna biblioteca.

Mis instrucciones eran sencillas; y consistían en prestar atención, en no pasar por alto nada, en convertirme en alguien que debía estar siempre observando y escuchando no importa en qué estado me encontrase, amor, peligro, humillación o dolor insoportable. Mi única satisfacción, la única licencia que me era permitida, era la de poder acceder a información recopilada por medios no siempre transparentes. Me estoy refiriendo a cámaras en baños, a micrófonos entre las sábanas, a una constante comparación de referencias en archivos.

Todo esto fue un trabajo arduo y un día, de pronto, vi que mi habitación estaba llena de papeles. Un interés por el orden y la disciplina me incitó a trasladar toda aquella basura a un procesador de palabras. Resultaron unos textos escritos en Word en los que cada bite parecía configurar el sonido que nace del contacto del agua con el fuego. Resultaron un montón de sucesos reales maltratados por la caligrafía de un loco maldito. Resultaron palabras que al ser leídas, incluso de reojo, provocan en el sujeto una fulminante hemorragia cerebral.

¿Ok?

Pero si quieren saber de lo que realmente me gusta hablar tendré que confesar que mi tema favorito es Margarita, y tal vez les cuente algo sobre como cómo un día me dejé caer en una exposición de pintura, y de cómo encontré por fin a Margarita. Y de cómo la ame mucho. Y de cómo fui muy feliz.

| HOME | Poesía | Narrativa | Valor Agregado | Links |