Sus pies debajo de su largo vestido de tela hindú
vacilando,
como dos pequeños ratones
como si temieran la luz [*]
 
 
Me quedé en la salita.
-Espérame un ratito, tengo que cambiarme -me había dicho, y se metió a su habitación. Ví que empujó la puerta, pero por alguna razón no se cerró por completo.
Se quitó el delantal que solía usar a esas horas y se quedó sólo con una combinación verde claro. Sobre el respaldo de la silla colgaban dos medias. Cogió una y la enrolló con rápidos movimientos. Se puso en equilibrio sobre una pierna; apoyó sobre la rodilla la punta del pie de la otra; se echó hacia adelante; metió la punta del pie en la media enrollada; la apoyó sobre la silla; se subió la media por la pantorrilla, la rodilla y el muslo; se inclinó a un lado y sujetó la media con el liguero. Se incorporó, quitó el pie de la silla y cogió la otra media.
Yo no podía apartar la vista. De su nuca y de sus hombros; de sus pechos, que la combinación realzaba más que ocultaba; de sus nalgas, que se apretaron contra la combinación cuando ella apoyó el pie sobre la rodilla y lo puso sobre la silla; de su pierna, primero desnuda y pálida y luego envuelta en un brillo sedoso.
Entonces se dio cuenta de que la estaba observando. Se detuvo en el momento en que iba a coger la otra media, se volvió hacia la puerta y me miró a los ojos. Por un instante me quedé inmóvil.
Luego me lancé escalera abajo y llegué a la calle.
[ Sobre tema de Bernhard Schlink / El Lector]
 
 
Deslicé mi mano por debajo de su vestido y sentí el sudor frío en el interior de sus muslos. Aquel sudor con aroma de frutas en mis palmas tardó mucho en secarse.
[ Ryu Murakami / Azul casi transparente]
 

Giré en redondo, embistiendo con los pies. La puntera de mi zapato dio a Pedro en el centro de la rodilla, y le obligó a doblarse y a lanzar un bramido de dolor, arqueándose. Lancé los puños en brutal sucesión contra la cara floja. Pedro se tambaleó hacia atrás y yo salté sobre él, sacudiéndole salvajemente con los brazos. Pedro se desplomó sonoramente contra la delantera del carro. Después, se derramó y cayó boca arriba sobre el asfalto.

 
 
Margarita apoyó el espinazo contra la silla y flexionó un poco una pierna sobre la otra permitiendo que asomasen por fin las rodillas. Sentí ganas de besar aquellas rótulas. Di un paso adelante y me coloqué frente a ella.
-Te invito un trago.
Ella me estudió con una dosis de desconfianza.
-Un vodka -aceptó entonces, desafiante.
Alcé un dedo y miré fijamente al barman que, en ese momento, contemplaba a contraluz una botella medio vacía.
-¡Vodka! -grité.
No había demasiada gente en aquel lugar, pero casi todos me contemplaron durante algunos segundos. Sonreí.
Tomé el vodka muy frío con la mano derecha y lo coloqué frente a Margarita.
Ella dejó resbalar la punta de su lengua sobre el grueso labio inferior y permitió que corriese un poco de saliva. Sus ojos se achinaron un milímetro. Calibraba. Sopesaba. Medía.
En ese momento Margarita pensó, por alguna razón, que podía derrotarme incluso en una partida de ajedrez.

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