| Gesualdo Bufalino Un
      viejo mentiroso Gesualdo Bufalino empezó a publicar luego de cumplir los sesenta años e inmediatamente alcanzó la consagración. Su prosa, terriblemente bella y provocadoramente inteligente, se disfraza de clásica, pero es radicalmente moderna.  Por
      Oswaldo Chanove En
      estos tiempos de la ingeniería de la eficiencia cuando uno se topa con
      una prosa algo poética suele empujar el libro hacia el borde de la mesa.
      Y es que seguramente esos arrogantes escritores piensan 
      que para qué escribir de una manera que todo el mundo entienda,
      con claridad meridiana, si se puede ser oscuro y críptico y misterioso y
      recóndito. Inescrutable. Indescifrable. Insondable. 
      ¿Para qué poner pájaro si se puede decir volátil? ¿Por qué
      comentar que un sujeto es libidinoso si se puede mencionar que tiene una
      ingle violenta? ¿Para que señalar que uno es bruto si se puede numerar
      las pizcas de mínima ciencia que habitan en su interior? ¿Por qué
      hablar de pobres y ricos cuando se puede clasificar como altos e ínfimos?
      ¿Para que señalar que alguien tiene un malestar si se puede escribir que
      el diente del dolor no deja de roerlo? ¿Por qué romper la línea nítida
      de una frase convencional? Tal vez para convocar a las palabras para que
      digan algo más de lo que siempre dicen. Los tragones de la intriga El
      dilema entre la prosa y la poesía se ha convertido, en los últimos años,
      en un encarnizado desacuerdo que parece haber arrinconado a lo poético en
      el territorio de lo definitivamente impopular. Acostumbrados por la
      televisión, que nos permite consumir historias que comienzan, se
      complican y se resuelven incluso en sólo media hora, nos hemos hecho
      adictos a lo anecdótico. Somos consumidores de argumentos, nos nutrimos
      con relatos narrados a la velocidad de nuestra apurada disponibilidad de
      tiempo libre. Y es por eso que, para muchos, los eventuales giros poéticos
      que aparecen en una prosa suelen ser tomados como vanidosas extravagancias
      cosméticas. Y es cierto que a veces es cierto. Pero cuando en un narrador
      se hincha también la vena poética la cosa es diferente. Entonces la
      historia general no es más que el soporte para una historia más secreta,
      más profunda, que es la que se cuenta cuando la unión de una palabra y
      otra responde a una exigencia de enviar mensajes múltiples, de sugerir lo
      indecible, de aproximarse a la complejidad de lo real, de desentrañar las
      sinuosidades de lo rutinario y, finalmente, de encontrar los dorados
      eslabones que explican, que dan forma, que hacen esencial lo
      intrascendente. Los autores que han escrito una prosa de este tipo, que
      han cargado las sentencias, las oraciones, las frases, con material insólito,
      con nuevas combinaciones de palabras, no suelen ser excesivamente
      populares. Es natural, su lectura requiere de un compromiso mayor por
      parte del lector. En el Perú, sin embargo, La Casa de Cartón, del entrañable
      Martín Adán, es para muchos una verdadera obra de culto. En Latinoamérica
      se menciona con frecuencia a Alvaro Mutis y en el más amplio panorama de
      la literatura europea ha impactado la obra de Gesualdo Bufalino, un tardío
      escritor italiano. La perorata del siciliano SICILIA
      ha sido la tierra natal de algunos de los mejores escritores italianos del
      siglo XX: Pirandello, Sciascia, Tomasi di Lampedusa, Vittorini. Gesualdo
      Bufalino forma parte de ese grupo de grandes autores sicilianos. Nacido en
      Comiso, en la provincia de Ragusa, en Sicilia, el 15 de noviembre de 1920
      fue hijo de Biagio Bufalino, un modesto trabajador manual que a pesar de
      su limitada instrucción, inspiró a su hijo una profunda pasión por la
      literatura. De 1930 a 1935 se coloca como aprendiz de pintor de vagones.
      Esta experiencia será más tarde recordada por el escritor con palabras
      de nostalgia y dulce transporte. En 1940 ingresa a la facultad de letras de la
      universidad de Catania, pero a causa de la guerra sólo puede asistir a
      pocas clases. Es
      reclutado en la marina, y en la escuela de cadetes hace algunas amistades
      que más tarde le sería útiles, especialmente para su eventual incursión
      en el periodismo. En setiembre de 1943 es capturado por los alemanes al día
      siguiente del armisticio. Con ayuda de una bella muchacha consigue escapar
      y vive durante algún tiempo en la clandestinidad. A causa de las inevitables
      exigencias de su situación cae enfermo de tisis, y es confinado a un
      hospital en el que tiene la fortuna de conocer a un sujeto que mantiene
      una bizarra biblioteca entre cuyos tomos se podía incluso encontrar
      algunos tomos en francés. En
      1946 es trasladado al sanatorio  Conca
      d' Oro, de Palermo. Su experiencia en este lugar le servirá más tarde
      para escribir la extraordinaria Perorata del apestado. En 1947 es
      dado de alta y regresa a Comiso. Entra a trabajar como profesor en el
      Instituto técnico de Victoria, y dedica su tiempo libre a una devoradora
      pasión cinéfila (con especial énfasis en films franceses) y a la
      lectura de todo lo que se le pone al alcance de la mano. Escribe bastante,
      además, pero su afán perfeccionista lo desanima de publicar. En 1950
      inicia la laboriosa escritura de Perorata del apestado. Se suceden
      múltiples borradores y sólo una década después siente que la obra ha
      alcanzado un nivel aceptable. Su primer texto publicado no fue más que
      una introducción a un álbum de fotos antiguas. El editor, Sellerio, al
      leerlo llamó a bufalino y le formuló una pregunta: ¿no tendrá usted
      alguna novela? Así,
      en 1981, se decide a sacar del cajón de su escritorio la Perorata del
      apestado que luego de ser publicada impacta a críticos y lectores, y
      se hace acreedora al premio Campiello. En 1982 da a la prensa su Museo de
      sombras, un apasionante diccionario de personajes de novela. Publica
      también algo de agridulce poesía. Ese mismo año lleva al altar a
      Giovanna Leggio, una de sus estudiantes con la que había compartido el
      lecho a lo largo de los años. Murió el 14 de julio de 1996 en un
      accidente automovilistico. Perorata del apestado y Las tretas de
      la Noche son consideradas sus obras más celebradas, Argos el ciego
      y El hombre invadido, son otras dos joyas en las que la prosa de
      Bufalino se disfraza de clásico para ser intensamente moderno. El autor
      siciliano siempre afirmó que su intención no ha sido otra que curarse de
      la escritura, escribiendo, igual que el que hace un crucigrama. Una idea
      persistente en su obra es el viejo asunto de que la vida, más que un sueño,
      es una mentira.  El ingenioso sendero de la mentira El
      sentido de la vida es comprimir los hechos en memoria. Bufalino nos dice
      en su poema Carta de fin de año, que el primer beso es
      insípido, que el segundo es el que cuenta.  Los
      hombres de acción viven en el primer beso, los de letras en el segundo,
      en el momento en que recrean, en que recuerdan. Melancólico destino. Pero
      el acontecimiento de recuperar el tiempo consumido está mancillado por
      las astutas pulsiones del alma humana, por las ganas de alterar, por la
      tentación de pecar, de mentir. Esa es una de las ideas centrales de
      Bufalino, explorada con inteligencia y originalidad en libros como Las
      tretas de la noche, donde la consciente alteración de la verdad se
      presenta como una causa justa para “engañar” al enemigo, para
      derrotar al orden establecido, al universo de lo convencional. Y es que al
      introducir una tendenciosa tergiversación de los hechos se dirige el
      discurso literario hacia una meta final donde la duda penderá sobre cada
      una de nuestras convicciones. Y es esa duda –una duda hábilmente
      inseminada por el escritor- la que permitirá al lector ubicarse en una
      posición de contemplar lo que está más allá del alcance de una ficción
      de inocente realismo. En Calendas Griegas, un libro radicalmente
      artificial, el autor se divierte con algo tan candente como la autobiografía.
      La danza de máscaras no la aplica “al otro”, sino que se enfrenta con
      el yo con resultados de una originalidad pocas veces vista. Pero lo que sí
      queda claro es que, más allá de exigentes propuestas literarias, la obra
      de Bufalino es profundamente seductora y de una belleza perdurable. Su
      novela más famosa, la Perorata del apestado, nos cuenta una
      exaltada historia de amor que florece entre la enfermedad y la muerte,
      entre lo que se transforma y lo que deja de ser. Quizá esta sea la más
      impactante de las metáforas de este imprescindible autor italiano.    
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