citas de Gesualdo Bufalino

Citas de/

Perorata del apestado

 Marta -dije, y puse ruborizándome la mano sobre su hombro-. Tienes que salir conmigo -le ordené-. Te queda poco tiempo, nos queda poco tiempo. Y tenemos veinte años.

     Alzó la frente, sin asombro, por lo que pude entender, ni enfado- Era como sino me hubiera oído y mis palabras se hubieran mezclado en su interior con la canción que venía del escenario contiguo y hablaban de septiembre y de lluvia. No, me contestó, pero con un perezoso desplazamiento sus ojos me esquivaron, fueron más allá, parecieron agarrarse a algo que no estaba en la habitación, se entornaron finalmente en el instante en que un acceso de tos, seco como un disparo, la dobló en dos, la estremeció, hincándole en la cara una máscara desgarrada de anciana. Se levantó y escapó, con la boca cubierta por un pañuelo, pero, antes de empujar la puerta con el codo, se volvió un momento hacia mí, sonriéndome, pidiéndome con la mirada no sé si salvarla o dejarla en paz, olvidarme de ella.

 

La enfermedad confiere a los rostros un presentimiento, una luz que falta en las mejillas de los sanos; un enfermo no es menos hermoso que un santo.

  

Un tenor intrépido llora una tras otra todas las llagas de Nuestra Señora de los Siete Dolores.

 Pero ella, para obligarme a callar, me puso un dedo sobre los labios, se estrechó contra mi cuerpo, me mordió, me rechazó, me sopló en el oído su fiebre interior. Todo ello tácitas invitaciones a amarla, que el remordimiento no me impidió aceptar.

  

Una pálida luz penetraba rasante, débil como la que esparce la luna antes de asomar sobre la colina. La suficiente para que su frente, bajo la aureola de los cortos cabellos, dibujase un charco de claridad dentro de la negrura de la noche. Entonces buscándole yo con boca cansada en el cuello un antiguo mordisco amoroso que engrandecer, la oí con una

sombra de vanidad en la voz, hablarse, como en la infancia, a sí misma:

     -Amén también por esto, amor mío.

     Y ya no retuvo los frágiles mecanismos del llanto. 

  

 

 

Calendas griegas

La obstinación con que la busca es idéntica a la que le empujaba, en la crisis de su nacimiento, a salir del ojo de aguja materno, de aquella tripa feliz, para encarnarse criatura.

  Amor:La verdad es que es la cosa más bella y terrible de la vida. Una irradiación del alma, al principio, parálisis y éxtasis a un mismo tiempo, con colores de alelí y oscuros doseles debajo de los párpados, como de un crepúsculo que agoniza en las brasas de un mar ciego. Después una rendición sin condiciones a la invasión de breves ondas impulsivas, que poco a poco se propagan a las más mínimas terminaciones de los nervios, para estallar finalmente en un surtidor de victorioso aleluya, donde se exhala y exalta, se mortifica y glorifica la más oculta raíz de sí mismo.

  

en el acto en que Dios nos ha creado –a mí, a vosotros, al universo mundo- en virtud de ese simple Fiat ha dimitido de Sí, ha degradado Su originaria pureza de Increado Increante en una segunda naturaleza de tumultuoso demiurgo...

  

...un gusanito me roe por dentro, respecto a ese hijo presunto, que introduce una variable de desconcierto en mi sistema de incógnitas. La trayectoria que considero mía rechaza, obviamente, una continuación, una descendencia. Si una pizca de dignidad me concedo, está en concluirme, sin copias ni subrogaciones de consanguíneos. He nacido, moriré. Punto final. Sea de mí la muerte un barrido total. Y que nadie me arrebate el derecho de ser único: un episodio irrisorio, pero irrepetible, cerrado, compacto; una monada no un serial.

 

Algunas dolencias adelgazan el cuerpo hasta el punto que el alma se transparenta.

  

Los vencedores no saben lo que se pierden.

  

Incluido el presente, cuentan en mi vida un total de dieciséis minutos de felicidad.

 

Estoy preñada de ti, tú me inseminas con mil hijos a cada palabra que me dices al oído...

  

Hacer trampa en un solitario es un placer de dioses.

 

 

 

El malpensante, Saldo de Otoño o Bluff de palabras:

 «Muy bella debe ser una mujer para permitirse la virginidad»

 «los inocentes vuelven siempre al lugar del crimen»

 «Es fácil perdonarle al prójimo el mal que nos hace; lo difícil es perdonarle el mal que le hemos hecho».

 

 

Las tretas de la noche

 

Sí, alguien, un ratón o Dios, tiene un plan en su contra y alterna espasmos y treguas.

  

He aquí que, tuve, después, otros amores; otras veces, y mucho más, me sorprendió la abundancia de mi felicidad. Pero sólo aquella, no otras noches, tendré en mente dentro de cuatro horas bajo el filo de la cuchilla.

 

Había alcanzado desde hacía poco la mayoría de edad, cuando de la noche a la mañana me di cuenta de que no sabía hacer un ademán o pronunciar un discurso, dentro del cual, como el gusano en el fruto, no se anidara, por así decirlo, una “reserva mental”. Acariciaba a una mujer y entretanto pensaba: “¿Y luego?. Era aplaudido por la elegancia de un traje, por la finura de un dicho, y sonreía, me ruborizaba... pero no sin que algo fastidioso me corriera debajo de la piel, una especie de insidia de los nervios, un escalofrío infinitesimal del pensamiento, que no lograba volverse concepto, sino sólo parecía coagularse en pedazos inertes de duda

   

Ella tenía los ojos más negros que jamás hubiera visto. Dos piedras líquidas y tenebrosas, hasta donde es posible que la inercia más mineral se conjugue con la más húmeda languidez. Ojos que se veían pasar en un instante de un simulado letargo a un ataque fulminante, asomándose bajo la visera de las larguísimas pestañas con el serpentear de un reptil que asalta el alimento.

 ¿Qué todo haya sido un sueño mío? ¿Qué aún esté soñando? Como si tuviera en el puño el cordón de un gran telón de tela, siento que el corazón me late en la garganta, llenándose de una furiosa, irracional felicidad... ¿O si en lo oculto de un alfabeto sobrehumano el Omega de tinieblas donde me precipito fuera el Alfa de una luz eterna?

Lo sabré dentro de poco y en el mismo instante ya no sabré saberlo. Cuando, apretado el fusil entre las piernas, con el pie en el gatillo y el cañón en los labios, la frente envuelta en la blanca bandera, oiré como un grito de Dios el ruido del disparo en el silencio del universo.

 

 

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