Largos cuellos que nos conducen al cielo. La clave de la gracia y la elegancia en cualquier cuerpo, masculino o femenino, es la longitud del cuello; cuando el cuello es largo se siguen varias conclusiones, tales como una adecuada proporción entre peso y estatura, un orgullo natural en la actitud, dotes para el contacto visual, cierta agilidad en la espina dorsal y en el largo de la zancada, y en conjunto una especie de alegría física en el movimiento que lo mismo puede llevar a la competición atlética que a la afición por el baile. Por el contrario un cuello corto anuncia ineptitud para la vida capaz de crear arte, inventos, grandes fortunas y los arrebatos criminales propios de una vida desordenada. No sugiero esto como una ley absoluta, ni siquiera como una hipótesis cuya verdad o falsedad pueda demostrarse; no se trata de una noción perteneciente al mundo científico, sino más bien del atisbo de una verdad popular del tipo que parecía razonable antes de la invención de la radio.

[ Doctorow, en B. Bathgate]

 

Siempre ha sido propio del amor que después de los besos vengan los suspiros, me dije. El peor día de la vida de Pedro fue un jueves. Estoy seguro que ese día se quedaría grabado en su corazón para siempre. Fue visto pasar por la calle Tristán y aparentemente luego siguió por Ejercicios (ahora Alvarez Thomas) y entró a una pequeña cevichería llamada el Fory Five. Una cevichería famosa porque sirven un ceviche que parece sopa. Sólo a los arequipeños puede gustarles algo así. La mujer que atiende el lugar dice que Pedro entró y se sentó en una mesa muy cerca a la calle y que pidió una cerveza muy helada y un ceviche de pescado. Dice que el pesado preguntó que con qué pescado preparaban el ceviche y que ella le dijo que con Tollo y él entonces le preguntó que si no tenía lenguado. En la cevichería se bebió tres o cuatro cervezas y luego de pagar salió y tomó un taxi. El taxista declaró que su pasajero, el pobre Pedro, parecía un poco deprimido, y que no quiso hacer ningún comentario sobre el inminente partido de la selección contra Brasil. El taxista le dijo que podía apostar que por lo menos iban a empatar. Cuando Pedro dejó el taxi en la puerta de su casa aparentemente estuvo allí unos minutos mirando la puerta sin atreverse a entrar. Finalmente usó su llave y se dirigió hacia el dormitorio. Margarita estaba sentada, vestida únicamente con unos calzones azules. Sostenía entre los dedos una botellita de perfume. Permanecía inmóvil delante del gran espejo de su tocador.

-¡Ay! -gritó al verlo, y se puso una mano sobre el pecho.

Pedro permaneció en el umbral de la puerta.

-Soy yo.

Ella dio media vuelta. La botellita de perfume parecía un arma en su mano derecha. Lo contempló un segundo y luego empezó a rociarse en el cuello, lentamente.

Pedro se acercó y la cogió, miró al espejo, vio su mano morena sobre los finos hombros. Ella sonreía. En el espejo vio el eco cristalino de su sonrisa.

Observó cómo ella se soltaba el pelo con rápidas y pálidas manos, junto a las sienes. Era un movimiento innecesario: la muy puta lo estaba excitando, era típico. Desde el espejo le llegó también aquella mirada, gris, fría, seca, veloz como un proyectil de 9 mm.

Lo más probable es que en ese momento a Pedro se le secara la boca, que le costara tragar la saliva.

Ella entonces hizo un movimiento giratorio. Sus senos se estremecieron. Alzó su mirada hacia él. Sí, bajo el telón de sus largas pestañas negras surgían sus ojos claros, imitando rayos de hielo. Sus delgadas manos colocadas sobre las bragas parecían pájaros blancos, bordados sobre un fondo de seda azul. Con una voz que Pedro creyó no haberle oído nunca y que parecía salir desde dentro de su pecho, Margarita le dijo con enorme lentitud:

-¿En qué estás pensando?

Pedro empezó caminar por la habitación. Apartó dos sillas. Tenía la sensación de que debería hundir con los pies el suelo de la habitación. En su cabeza solamente había una pregunta, que iba, alocada, de un lado a otro.

De repente se detuvo:

-¿Ya no me quieres?

Pedro estaba seguro de que ella no le contestaría. Que lo mantendría suspendido en el limbo por toda la eternidad. Pero ella no dudó y dijo:

-No.

Y Pedro sintió que una afilada cuchilla caía contra su cuello y que su cabeza volaba por los aires.

Así ocurrió. Exactamente. Con puntos y comas.

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