Anterior

Domingo, 1 de julio del 2001 La República

Arequipa, 23 de junio, 3.33 de la tarde
Una impertinencia de la naturaleza

Llegaron al Valle de los Volcanes para un reportaje de corte turístico y fueron sorprendidos por los violentos zamacones del terremoto. Así, una travesía que prometía marketear aquella zona tan agreste como fascinante se transformó en el registro visual de la devastación material y el pánico colectivo. Esta es la accidentada, electrizante crónica de un viaje a través de un puñado de pueblos semiderruidos y estresados por ese incesante y tortuoso movimiento sísmico.

Escribe RAFO LEÓN

"Sí está bueno que vengan los turismos al Valle de los Volcanes", me dice una pastora treintona que cuida sus ovejas mientras hila ayudándose con el dedo gordo del pie, y a mi pregunta sobre el beneficio que "los turismos" traerían a la población local, me contesta sin ninguna amargura: "nada pues, ¿qué ventaja nos van a dar?". Mauricio de Romaña me apura para que sigamos nuestra ruta si es que queremos llegar con buena luz al abra de Jollevirca, desde donde se ve a un lado la panorámica portentosa de los volcanes enanos cónicos como hormigueros gigantes desperdigados sobre un valle amplio, que antes que un río lo que tiene al centro es un caudal de lava cristalizada que da la impresión de moverse congeladamente. Al otro lado del abra, flanqueando un collage de diminutas chacras en distintos verdes, dorados y ocres, el pueblo de Chachas y la laguna que se llama igual. El río Andahua, que ha recorrido hasta acá unos ochenta kilómetros, de pronto en una cuchilla del cerro, al costado de la laguna, se mete bajo una superficie de lava petrificada y recorre así, como un río subterráneo, los diecisiete kilómetros previos a su desaparición en la afluencia del río Colca.

Mauricio, conservacionista desde los conchos y uno de los hombres que más conoce la naturaleza del sur peruano, nos acompaña al Valle de los Volcanes. Somos un equipo de periodistas de televisión y medios impresos que trabaja tratando de dar a conocer a los peruanos nuestro propio país, a ver si Miami o Punta Cana con sus estúpidos tragos coloreados pasan a ser segunda prioridad a la hora de elegir un destino para viajar. País para viajeros, no para turistas, el Perú nos muestra en este valle mágico lo que la naturaleza viene haciendo desde hace 200,000 años, que es cuando se calcula que el volcán Coropuna erupcionó como sólo ocurrían esos fenómenos telúricos antes de la llegada de la Historia.

Seguimos nuestro camino, estamos regresando al pueblo de Andahua porque el día anterior la luz del Sol nos jugó una mala pasada. De pronto el valle, ese mismo que ayer habíamos visto nítido como una patena de plata, empieza a cubrirse con una nube interminable de polvo rojizo. "No parece niebla", dice Mauricio, "me da la impresión de que en el Colca hubiera habido un derrumbe de los mil demonios". Seguimos surcando una carretera infame, las dos 4x4 traquetean y sufren con su estruendo de fierros perfectos. El camino parece ponerse peor. Es sábado, son las tres y media de la tarde del 23 de junio. Un movimiento inusual de gente anima las callecitas estrechas de la entrada a Andahua. Mujeres con sus niños cargados, otros chicos ya mayores saltan y gritan llenos de desconcierto. "Es un temblor, sin duda", dice Mauricio mientras detiene la camioneta para que bajemos. Me acerco, seguido por el camarógrafo, donde un grupo de señoras que lloran aterrorizadas. "¿Qué ha pasado, mamay?". "Papay, terremoto fuerte ha sido, diez, quince minutos por lo menos ha durado". Otra señora, que llora quedamente, añade: "Sí, un cuarto de hora cuando menos ha temblado, papay, mi casa ya no hay, mis hijos no encuentro".

Se desvanece un poste de electricidad e interrumpe la carretera, las pircas de un corral se vienen al suelo, llega un grupo de mujeres desde abajo a pedir ayuda para sacar los piedrones que casi cayeron sobre el camión en el que viajaban. No sabemos si no lo que vemos. No hay manera alguna de enterarse de algo más. Recién al día siguiente, en la ruta de regreso a Arequipa, encuentro en Orcopampa a una mamacha gorda sentada a la puerta de su tienda, mirando televisión. Me ausculta con aire cool y me dice: "Oy, al Montesinos lo han agarrado". Esa veta de pensamiento mágico que a todos nos queda me hace de inmediato relacionar la captura del hombre más ruin que pisó tierra, con el cataclismo que se acaba de producir en el lugar donde él nació. "Esto es una señal", me había dicho el día anterior un arriero evangélico. Su tono era un tanto amenazante; su certeza, imbatible.

Seguimos, se aceleran las 4x4, hay que saber algo más, ahora sí, sobre lo que está pasando. En la minera de Orcopampa nos enteramos de la magnitud del terremoto. Cierta información venida de Chile da cifras espantosas, felizmente luego desmentidas: sólo en Tacna según esa data habrían muerto instantáneamente cien pobladores.

Seis horas más tarde nos acercamos por fin a Yura, normalmente a unos cuarenta minutos de la ciudad de Arequipa. Una hilera de no menos de cincuenta camiones estacionados en la lateral nos indica que hay problemas. Los derrumbes sobre la carretera no cesan, caen piedras del tamaño de casas y otras piedras más chicas pero igual de peligrosas. Los patrulleros, nerviosos, pierden los papeles ante nuestra insistencia por pasar: "Somos periodistas". Al final, de muy mal talante, nos autorizan a seguir por un desvío entre chacras y sementeras. La noche es absolutamente negra. Una hora más tarde entramos en la ciudad. Vamos de frente a la Plaza de Armas. En el camino, caserones derrumbados sobre los adoquines del suelo, balcones coloniales y republicanos desintegrados, muros de sillar en escombros en la mitad de las calles, el alma de quincha de muchas construcciones muestra sus tripas de caña y barro. La gente, silenciosa, en grupos muy numerosos, mira con la boca abierta su catedral. Una de las torres se ha desplomado sobre el techo de la bóveda lateral. La otra torre parece un hueso de manzana a punto de ser desechado.

"El alcalde quiere plata ahorita para reconstruir la catedral", nos dice un muchacho igualito a Cheyenne, "debería buscar ayuda para los pueblos jóvenes en lugar de ocuparse de una iglesia que ya no sirve para nada". Una señora con aspecto de oficinista discrepa: "Arequipa perdió su agro, después su industria. Nuestra última oportunidad es el turismo. Tanto que habíamos esperado que la UNESCO reconozca nuestro centro como Patrimonio de la Humanidad, y mire ahora lo que nos pasa. Qué maldición será la que nos ha caído encima".

No se habla de la captura de Montesinos. En realidad, se habla muy poco sobre cualquier asunto porque lo que se espera son dos cosas: la ayuda para los damnificados y la siguiente réplica del terremoto. Desde ayer a las tres y media de la tarde hasta hoy, que son casi las diez de la noche, la tierra no ha parado de temblar. Esa noche me quedo en un hotel, compartiendo el cuarto con José Tejada, uno de los fotógrafos del grupo. Me encierro en la habitación para ver por la televisión los primeros avances sobre Montesinos. Jaime de Althaus emite una edición especial de La Hora N, entrevista a Gustavo Gorriti primero, y luego a Diego García Sayán. El ministro de Justicia sostiene que con seguridad van a transportar a Montesinos de Caracas a Lima en un Antonov, "porque en un vuelo comercial, este hombre es capaz de sobornar al piloto, a la hostess y al purser para escaparse". Me quedo dormido, no siento llegar a Tejada. Sin embargo, entre las dos y las seis de la mañana es él quien me tiene que estar calmando del pánico frente a esa especie de temblor continuo de varias horas que fueron las réplicas entre el domingo y el lunes. Los gringos de las otras habitaciones gritan como fieras aterrorizadas, o ríen a carcajadas.

A la mañana siguiente comienzan los reportajes en los noticieros. El maremoto de Camaná, y sus dos olas de cuarenta metros de alto. Con María José Cussianovich hacemos el cálculo: cuarenta metros equivalen más o menos a la altura de un edificio de ocho o diez pisos. Las tomas que más me impactan son las de la destrucción de Moquegua. Adoré esa ciudad desde la primera vez que la conocí. Me permitió entender que el atraso no necesariamente es miseria ni marginalidad. Su estatura cálida, su atmósfera serena, su impecable estado de conservación me sirvieron de mucho, la primera y todas las otras veces que a ella volví. Cuando trepé el Cerro Baúl y hasta hice una ofrenda a los apus. Cuando comí sus deliciosos dulces en un banco de la plaza sombreada por ficus antañones. Cuando vi el cadáver incorrupto de Santa Fortunata en el altar de la Catedral. Cuando entré a su excelente museo dedicado a la cultura Chiribaya. Y ahora está hundida, desaparecida; su gente, viviendo en las calles.

El lunes por la tarde, cerca de las seis, una réplica muy fuerte hace enloquecer a un grupo de ingleses recién bajados del bus que los trajo del aeropuerto. Me cuenta un taxista que una cooperante holandesa que había llegado a la ciudad para evaluar los proyectos de una ONG, lo contrata para recorrer la ciudad y tomar nota de los daños con la finalidad de pedir ayuda en Europa. "Señor, usted no se imagina las casas que están destruidas por dentro y que mantienen sus fachadas como si nada. Nos hemos metido por aquí y por allá con la señora y hemos descubierto lo que es el infierno".

La televisión empieza a registrar hasta el movimiento del último pelo de Vladimiro Montesinos, su caminar, sus esposas cubiertas, sus jeans, su casaca crema. En realidad, la noticia del terremoto es un estorbo, porque como hay que darla para que no se sienta que somos unos irresponsables, nos quita tiempo para hacerle más y mejores zoom in al doc. Tomo mi vuelo a Lima el lunes 25 a las ocho de la noche. La ayuda no llegó aún. Hay gente que piensa que seguramente el gobierno está fiscalizando rigurosamente todo para que nadie se robe las donaciones. Se produce una réplica de grado cinco a las once de la noche. Termina de arrasar con Moquegua, con Punta Bombón, con Camaná, con Locumba. Otra gente sostiene algo más simple: ocurre lo mismo de siempre, burocracia, desaprensión, indiferencia, corrupción. Yo, sentado en mi asiento de un relativamente cómodo avión nuevo, llego a pensar que este terremoto ha sido una impertinencia de la naturaleza para todos: para Montesinos (le robó un poco de show), para Toledo (lo obligará a gastar un montón de plata en ayuda), para Paniagua (en mitad de la transferencia, un cataclismo), para los televidentes que vean mi programa y quieran ir a visitar el Valle de los Volcanes y se den cuenta de lo peligroso que sigue siendo el Perú. Un terremoto, qué vaina.

http://www.larepublica.com.pe/

© Copyright Revista Domingo del diario La República

domingo@larepublica.com.pe

anterior

| HOME | Poesía | Narrativa | Valor Agregado | Links |