La música es ajedrez empapado en perfume

Todo indica que en la segunda mitad del siglo XX el arte se fue a la mierda.

Y no es que no hubo talento, sino que aparentemente nadie tenía razones de fuerza para emplearlo.

La música ha sobrevivido pasablemente a la decadencia de la metafísica pública porque más que cualquier actividad artística la música produce su efecto sin la necesidad de un marco filosófico. Para atraer y crear una emoción la música no necesita apelar a nada más que a su registro de sonidos.

Susanne Langer: intensidad de la expresión, expresividad en vez de simple expresión.

Francisco Cerpa: Lo indeterminado contiene lo real y lo posible.

Susanne Langer: en música lo que tenemos es un símbolo no consumado, una forma significativa sin un significado convencional. Aunque ello existe, probablemente bajo el umbral de la conciencia y ciertamente más allá de el pálido pensamiento discursivo. No asignar un significado preciso, objetivo, es ir permanentemente más allá.

Thomas Carlyle: la música es una clase de inarticulado, insondable discurso, que nos arrastra hacia el filo del Infinito.

No es un accidente que los niños prodigios -que poseen la técnica de un adulto y la experiencia de un niño- aparecen en música, en ajedrez y en matemáticas, pero jamás en poesía o filosofía.

Hay algo de testarudo, de bruto, al intentar forzar ideas dentro de la música.

La tendencia a suponer que la coherencia es compartir un mismo propósito seguramente es una característica de nuestras raíces judeo cristianas monoteístas.

Pero el centro nuclear de nuestra fascinación no siempre es el mismo.

Elaborado en base a:
Soundtracking of America. J. Bottum. http://www.theatlantic.com/issues/2000/03/bottum.htm
 

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