Salsa retórica

Advierta el amable lector que muchos comentaristas de gastronomía cocinan sus textos exigiendo radicalmente a sus reservas de adjetivos. Los adjetivos son vivaces sazonadores. Va un ejemplo de nuestra propia bodega.

El Chupe de Camarones de río encuentra un soporte amable y nada codicioso en la leche, que modera el fulgor del ají colorado, pero no lo mata, ni lo duerme, sólo extienden juntos una sábana que alcanza un pliegue precioso, turbador, en el sesgo del huacatay. El huevo escalfado, el repollo picado, las habas, el zapallo, suman juntos en un juego de distracción que la leve mordida de queso serrano lleva a su pico elevado. Todos, incluso el arroz y la papa preparan el camino al sabor de la colita de camarón, al sabor rosado, casi blanco.

El Chaque de Tripas es sabroso, espeso, robusto, casi abrumador. Su sabor se consigue con una esforzada yunta de vaca (en lomos), chancho (en chicharrón), cordero (en tripa) y hasta de algo de llama (en cecina). Un caldo demasiado generoso. Sólo el rocoto de huerta, hervido, reposado, azota, dice arre, al caballo pinto de nuestro loco apetito.

El Rocoto Relleno plantea algo de filosofía. Es un equilibrio de elementos que permite encenderse -trepar, alzarse, levantarse- en un aromático incendio para acceder a la altiplánica dimensión del cuidadoso relleno (carne, maní y aceitunas), todo endulzado con pasas sin pepa. La corona de queso serrano cumple aquí sin duda el papel de sereno mediador que empieza su trabajo ya desde el interior de un horno de leña.

   
         

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