El final es un nuevo principio La era de David Byrne, Blondie, y Bryan Ferry está encima otra vez, en música, cultura y especialmente en estilo. Se podía adivinar, tarde o temprano la nostalgia por los ochenta agarraría viada y en el horizonte empezaría a avistarse la bandada de tipos raros, muchos de ellos británicos y varios curiosamente fotogénicos. Esas gentes no tenían cara de rockeros. Gastaban corbatas de seda y zapatos de punta y preferían desplazar los largos dedos por el teclado de un sintetizador en vez de por la emblemática guitarra. Llevados al trote por MTV, esas voces de radical insurgencia desplegaron una estética frenética que escalaba el amplio arcoíris del new wave, la video música, la publicidad, la moda, el prime-time y hasta cierta ambición por el cine. Y ahora todos esos asuntos van sacando nuevamente la cresta dentro del interés del público. Tímido despertar aún, pero así es como uno salta de la cama. Demos gracias al altísimo que el regreso de los ochenta no parece materializarse en el simple desdén de Billy Idol. Porque lo verdaderamente interesante de ese periodo es su diversidad: Ese momento de la cultura Pop fue resistente -reacio- a quedar atrapado en los casilleros de los que organizan categorías. Por ejemplo el término "new wave" podía perfectamente ser aplicado a Cyndi Lauper y al Einst rzende Neubauten y hasta al Spandau Ballet. En realidad fue el momento en que el gran tronco de la música popular empezó a astillarse y empezaron a formarse tribus altamente especializadas y diferenciadas. Conectados por el espíritu más que por el sonido, estos sujetos raritos trajeron un gusto por lo estrambótico, por lo pintado por la chifladura, y presentaron una alternativa a la sofocante uniformidad de la música de los adolescentes y, además, revivieron la pintoresca noción de que la música debe ser deslumbrante, y que sus vibraciones deben conducirnos a cierta perplejidad. (versión de artículo publicado en Esquire/ June 2000) |
|||
| HOME | Poesía | Narrativa | Valor Agregado | Links |