Unos Meses Antes (El Cantinero)

Me ocurre con frecuencia que me topo cara a cara con lo trascendental y no soy capaz de entenderlo. Por fin había llegado al Cusco y no me sentía mejor. Supongo que pasaba demasiadas horas recostado sobre colchas de felpa acanalada. Sí, debo admitirlo. Me agotaba mirar los viejos palacios de culturas extintas. Desde el primer día no había hecho otra cosa que desayunar un cafecito en el Ayllu; almorzar en La Chola; vagar sin rumbo fijo por todos los sitios más hermosos. Yo daba unos pasos por esas callejuelas de piedra sin fijar la mirada en ningún lugar en particular y, luego, con el cansado ademán del que no conoce el idioma oficial, me sentaba; hincaba el codo sobre un mantel de plástico colorido. Atrapaba el tenedor.

Inmediatamente después admitía que era urgente regresar al hotel.

Mis siestas ocupaban casi todo el día.

Los colchones eran demasiado febles; las sábanas olían a insectos aún no favorecidos por un tranquilizador nombre en latín.

Mi ocupación, cuando no estaba dormido, consistía en trasladar un cepillo de dientes y dos pares de calcetines hasta otra habitación, en otro hotel; hacia otra cama con colcha de felpa acanalada.

Un largo y disciplinado recorrido turístico. Una manera, como cualquier otra, de mantenerse en actividad.

Hasta que una noche me dejé caer en el Enterprise.

¿Por qué me pasarán esas cosas a mí?

*Sánguche De Pollo

Fui al Enterprise porque una alegre muchacha pareció creer en mí. Era colombiana o venezolana (habíamos coincidido en uno de mis hoteles favoritos) y, sin esperar presentación formal, se acercó abriendo mucho la boca. Le encantaba hablar. Un día dijo: "Muchacho, muchacho, déjate de tanta filosofía, tú necesitas un poco de acción, de movimiento" -agitó un mechón de pelo azabache-. Yo le mostré mis ojos vacíos por treinta segundos; palpé el bolsillo de mi camisa en busca de una inexistente cajetilla de cigarrillos; di un mordisco a mi sanguche de pollo.

Pero no se dejó impresionar y me arrastró hasta el Enterprise.

* Abandonad Toda Desesperanza

No se puede negar que el Enterprise es un lugar agradable.

La entrada principal está presidida por dos columnas de piedra esculpida en tiempos inmemoriales. En lo alto, en una tabla de bordes pintados de azul, se lee: "A la conquista de la última frontera".

Yo, en un arranque de amargo humor o de mal gusto, clavé una tabla equivalente en la puerta del baño: "Vosotros los que entráis abandonad toda desesperanza"

Y, si hemos de guiarnos por la manera de agitarse de los parroquianos, tendremos que convenir que allí se origina toda la diversión.

El Cusco es a veces la última ciudad antes del vacío. Hay una hermosa marca sobre la arena que sólo traspasan los trece que están verdaderamente hartos. Y yo, como es fácil adivinar, me sumergí sin oponer resistencia.

Mi querida amiga colombiana o venezolana bailó y bailó y bailó hasta que, inevitablemente desilusionada por la manera dislocada que yo solía ejercitar como contrapunto al rock contemporáneo, dio un paso atrás. Existe la creencia de que aparearse con los que no saben bailar puede complicar innecesariamente la existencia.

La pobre muchacha huyó rumbo a la barra dudando, por primera vez, de que lo real maravilloso es la clave de América Latina.

-Un MachuPicchu -reclamó.

Atrapó el corto sorbete con los labios; frunció su hermosa nariz contrariada.

El MachuPicchu es un trago preparado en base a licores con una nota de color.

Me acerqué con paso cauteloso. Por alguna razón estaba convencido que la colombiana o venezolana había reservado para mí el taburete contiguo; que su piel bronceada tenía un mensaje urgente. Contemplé, extasiado, confuso, sus negras pupilas: el fulgor se diluía.

Me concedió un gracioso aleteo de sus dedos de uñas esmaltadas. Dijo:

-Chau.

Inclinó la cabeza, exasperada. Hizo un extraño movimiento de torsión sobre su cuello frágil. Colocó sus ojos al nivel de mis ojos. Predicó:

-Deja de esperar que alguien te enseñe a vivir.

Yo opté por seguir en aquella banca junto a la barra, frente a un vaso de origen desconocido. Observé con científica curiosidad la empapada rodaja de limón flotando en los restos de gaseosa y licor.

Me asilé durante un tiempo exasperantemente indefinido.

No recuerdo en realidad cuánto transcurrió.

Pero, alguien, un buen día, con una sonrisa malvada, sugirió que moviese un poco mis extremidades para saltar.

Al otro lado de la barra.

Al punto más cercano al dorado ombligo del mundo.

Y fue así como me convertí en el cantinero del Enterprise. Donde ocurren todas las historias.

* (Oración)

¿Pensaste alguna vez que mi deber era estar hoy aquí mirando a traves de la ventana? ¿Planeaste este raro encadenamiento de sucesos para que yo tenga este rostro exacto, estos ojos precisos? ¿Le dijiste a alguien: "Hagamos que este tipo tenga un solo pensamiento"? ¿Cargaste mi vida como quién carga una pulida arma de fuego? ¿Me hiciste de estúpido metal? ¿Tomaste, mi Dios, mi simple corazón, como quien atrapa cuidadosamente por el cuello a una bestia y le dice: "¡Ruge, maldito animal! ¡Ruge todo el dolor y toda la ira!?