Lo Crudo Y Lo Quemado (La Vida De Los Vertebrados)

Una gringa apretaba el cuerpo contra un cetrino muchacho de ojos pequeños, achinados. Los parlantes resonaban con un viejo hit de los Rolling. El precioso tórax jugaba con fascinante destreza sobre las caderas. O las caderas evolucionaban certeras bajo el eje de la espina dorsal.

El muchacho, en cambio, gastaba todo su vigor en movimientos tajantes y, con frecuencia, aprovechaba los picos de la guitarra de Keith Richard para verificar, con su mano de bronce, los milagrosos glúteos de la gringuita.

La corta melena de la escocesa se agitaba, y en el centro mismo del hermoso rostro semicircular se mecía una expresión insoportablemente dichosa.

Unos metros más allá, junto al muro, un sujeto flaco, de cabello castaño y de tez porosa los miraba fijamente. Dijo:

-¡ Cholo de mierda!