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- La razón
de los prófugos
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- En realidad hay
muchos poetas en el mundo. Hay para todos los
gustos. Desde el principio de los tiempos van
acumulándose. Cientos. Miles. Y claro, muchos
pueden ser brillantes pero sólo unos pocos son
los entrañables, y cada lector tiene sólo dos o
tres vacantes disponibles en el altarcito de su
corazón. Quizá cuatro. Cada lector tiene que
escoger cuidadosamente, como quien escoge al gran
padre secreto, al Dios particular.
- Los poetas
tutelares inspiran una serie de importantes
sentimientos. Uno siempre los imagina como seres
magníficos aún en sus gestos menos gallardos.
Son individuos con un alma densa que se imponen,
que impactan por su existencia más fuerte.
Incluso hay algo de prepotencia en su posición.
Luis Hernández Camarero es, en cambio, un poeta
de otro tipo. Desde que hace veinte años se
arrojó bajo una locomotora son muchos los que
leen sus versos y se encomiendan a él.
Probablemente porque Luis Hernández es un
auténtico poeta tutelar. Pero el respeto que se
le tiene es algo extraño. Es un tipo al que todo
el mundo tutea; lo llaman "Luchito". Y
hasta los que nunca lo conocieron aseguran con
vehemencia que L.H. es un amigo íntimo. Nada
menos. Un pata más del barrio. El inolvidable.
Lo que pasa es que L.H. no es de los que
apabullan con el tonelaje de su intelecto, sino
más bien el que nos rompe la cabeza con sus
salidas inesperadas, con su capacidad de
desquiciamiento. Porque si bien L.H. ha integrado
a su poética esencialmente literaria un aliento
juvenil armado de un travieso humor, logra
siempre ubicarse en la seductora posición del
amigo íntimo eternamente incomprendido. Su
relación con el lector no es exactamente de
complicidad a la manera de los que cultivan el
lenguaje coloquial, sino que ejerce su magnetismo
siendo un trovador un tanto delirante que en
momentos claves hace un guiño, engarza una
expresión callejera en el melodioso discurso
- esencialmente
lírico. Se nota que no quiere perder el
contacto, a pesar de su evidente tendencia a
dejarse llevar por la música de las esferas.Tal
vez lo que hace que L.H. sea santo de la
devoción de tanto confianzudo es que la imagen
que proyecta es la del "loquito
genial". Y ésta singular categoría es la
que explica porque el culto por la obra de L.H.
conserve siempre un ánimo principalmente
emotivo. Y quizá lo que ocurre es que esa es la
manera que se impone en la relación con la
poesía de Hernández. El lector percibe que por
una u otra razón L. H. no se sentía cómodo en
el territorio natural de la Literatura con
mayúsculas, y que optó por salir, por escapar,
por convertirse en un singular, en un raro, y que
entonces si uno trata a L. H. con los parámetros
diseñados para poetas convencionales se está
cometiendo un pecado mortal, se lo está
arrancando de cuajo de su contexto natural.
Porque parece que la única manera de acercarse a
la poesía de Hernández es aceptar o tolerar la
presencia de una floresta muchas veces
inexplicable y hasta arbitraria de versos y
salidas ingeniosas. Aparentemente L.H. no era de
los que ejercía una disciplina para castigar la
diferencia entre la simple ocurrencia y el
luminoso hallazgo. Su rigor era de otro tipo.
Parecía creer que lo trascendente no sólo se
encuentra en lo eminente, y que explorando con
desenvoltura y no temiéndole a la imperfección
se puede hallar una puerta hacia territorios de
otra manera inaccesibles. Entonces el lector de
Hernández suele ser tolerante porque siente que
ese es el hábitat imprescindible para el
surgimiento de lo inesperado y de lo
deslumbrante, y que lo que pasa es que el
universo de L.H. rechaza el poderoso racionalismo
tradicional y, exhibiendo el E=mc², se aventura
en la lógica inapelable de la eufonía. Yeso sin
duda lo lleva a usar el delirio como instrumento
musical, y a encontrar -en su sentido más
literal- la soñada coherencia. A más de veinte
años de su suicidio L.H. se ha establecido como
el poeta más querido de la poesía peruana
(sólo después de Vallejo y quizá de Oquendo) y
no es raro que en los bares se escuche la voz de
alguien -ebrio ya de belleza y en demencia-
farfullando unas palabras en memoria de todos los
prófugos del mundo, en especial de ese que, un
día cualquiera, se largó para no volver.
Links:
http://www.geocities.com/Paris/Metro/9312/hernandez2.html
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