Extraña Luminosidad De Las Grandes Piedras

De pronto, como era inevitable, de una manera indudablemente triunfal, se abrió la puerta batiente del Enterprise y brotó la sonrisa amplia, insólita, de Gerardo Villegas. Esa virtuosa sonrisa sólo se quebraría después, frente al segundo acontecimiento esencial de su vida.

-¡Broder! -saludó Manuel, el cantinero, sorprendido por la metamorfosis.

-La acción está a punto de empezar -Gerardo soltó una carcajada franca, saludable-: Lo dejé todo. Me largué -declaró con los ojos brillantes.

¡ Ahora sí!

Se había deshecho hasta de su bicicleta.

-No sabes la cara que pusieron cuando presenté mi renuncia -se entusiasmó-. ¡No lo podían creer! ¡ Hasta el gerente me llamó!

-Piensa bien lo que haces...

Describió como había llenado una simple maleta.

-Regalé todo. ¡Es increíble la cantidad de cosas que uno no necesita! -se emocionó.

Dijo:

-Ya pagué los primeros seis meses de un departamentito en San Blas.

-Salud, huayquicha -brindó el cantinero, alzando su vaso lleno de agua mineral.