¿En qué piensas?
- Sobre la mesa de noche, en un vaso, olvidada, se
desmayaba una flor.
- Margarita retiró la flor y bebió.
- -Algo tiene el agua cuando la bendicen -comenté,
mientras contemplaba como el líquido empapaba la
barbilla de aquella mujer.
- Ella puso el vaso al borde de la mesa y frunció
el ceño. Noté que el vaso estaba a punto de
caer, pero no hice ningún movimiento.
- Margarita tenía una piel gruesa y resistente,
algunas capas de materia muscular, algo de fibra
esponjosa y níveas formaciones en los extremos
de los huesos, pero más adentro, en su interior,
detrás de todo, era una mujer generosa y tan
buena como la mejor.
- Miré hacia la ventana y la cortina correspondió
a mi mirada con una ondulante agitación de sus
polleras. Noté que la madrugada no estaba lejos.
- El tiempo corre al ritmo entrecortado del amor.
- - ¿Tú quien eres? -coqueteó
Margarita.
- -Si te lo dijese tendría que matarte -dije,
insoportablemente adicto a las frases hechas.
- - ¿En qué piensas? -siguió Margarita.
- -En nada -dije.
- -Dime
- -No estoy pensando en nada. En nada. En nada.
- -Esta bien. Si no quieres hablar...
- La mujer giró sobre sus caderas sólidas y
redondas y sumergió su cabeza en la almohada.
Con una mano recogió su espesa cabellera. Miré
la base de su cráneo.
- Un lugar impoluto.
- Sentí que apretaba el deseo otra vez. Una
ráfaga novísima. Mucho más urgente. Que me
transformaba. Alargaba mi rostro. Obligaba a mis
ojos a desbordarse. Los músculos de mi espalda
formaron triángulos.
- La tomé.
- -¡ Oye! -se
sorprendió ella, observando mi rostro crispado
por un misterioso dolor.
- El vaso estalló contra el piso.
- -¡ Ay! -gritó
ella.
- Cuando finalmente la luz clara y gélida del
nuevo día invadió la ventana Margarita mi miró
con buen humor.
- -Cuéntame un cuento.
- Entrecerré los ojos. Abrí la boca.
- -¿Un cuento?
- -Sí, un cuentito.
- Cerré los ojos:
- -Erase una vez un tipo que estaba al borde del
patíbulo.
- Margarita bajó su puño contra mi pecho.
- -Erase una vez un tipo que estaba a punto de ser
ahorcado -repetí mirando a Margarita-, y cuando
el verdugo le puso la soga al cuello, el hombre
dijo que quería un minuto más de vida.
- -¿Un minutito?
- -Sí.
- -¿Para qué?
- -Eso le preguntó el verdugo.
- -¿Y él? ¿Qué dijo él?
- -Dijo que quería un minuto para pensar en la
Bella Elisa.
- -¡Ah!
- Comenzamos a jugar usando los dedos y la boca.
Mis dedos escalaban cada una de las vértebras de
su espina. Luego deshacian el camino. Uno de mis
dedos se sumergía entre las amplias masas de sus
gluteos.
- Margarita colocó las palmas de sus manos contra
mi pecho y me apartó.
- -¿También suplicarías por un minuto más de
vida para pensar en mí?
- -preguntó.
- Alargue la mano y atrapé la cajetilla de
cigarrillos.
- Dije:
- -El era un marinero. La Bella Elisa era una
goleta en la que había navegado por los mares
del mundo.
- [versión sobre tema de Rubem
Fonseca]
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