Easy Rider
Manuel, si hemos de ser objetivos, no fue al Cusco pensando que iba a encontrar la vitamina para su espíritu asqueado. Simplemente gastó unos pocos billetes que robó del tesoro familiar y, muchas horas después leyó, a través de la ventanilla del Scania de Cruz del Sur -en un colorido panel-, que la ciudad de Lima le daba la bienvenida.
Es inevitable pasar por ese lugar.
En aquella época Manuel no gustaba desplazarse demasiado lejos de los límites de la indiferencia, pero aquel día en la Ciudad de los Reyes fue más que suficiente. Entonces, llevado tal vez por un simple impulso primigenio, se dirigió hacia el puente de Atocongo y se largó más al sur, al Cusco; sin pensar, claro, que de una curiosa manera, había llegado su hora. La hora de su suerte.
Muchos dicen -agitando las manos- que en ese valle se concentra la energía para liquidar, con un acto genuinamente radical y obligatorio, esa sensación de no poseer lo que nos corresponde, de estar en nada.
Muerto.
Tal vez por eso Manuel se dejó caer por la Capital Arqueológica de América.
Manuel y los otros.
-Cusco mi destino -entonó, con dudosa voz de barítono.