Las Emociones De Los Corredores De Bolsa

El primer gran cambio en la vida de Gerardo Villegas ocurrió en Lima, Perú, un lunes a primera hora, cuando se disponía a comprar algo de pan para el desayuno. Era una de esas hermosas mañanas encapotadas características del invierno costeño. Su anciana madre hacía aullar a la licuadora cuando el muchacho salió disparado. Era temprano y se dirigió hacia la panificadora con paso vivo, concentrado en escudriñar las paradojas del neoliberalismo. Fue entonces cuando se sobresaltó.

Al volverse vio que un automóvil se precipitaba contra él.

Estaba en medio de la calle.

Pensó lo que piensan los que están a punto de morir.

Y el carro se detuvo justo antes de tocarlo.

-¡Imbécil! -gritó el chofer.

Una mujer lo observaba con curiosidad desde la vereda de enfrente. Gerardo retrocedió unos pasos. Notó que la ira en los ojos del conductor se apagaba y, entonces, se fue revelando un rostro que le pareció conocido.

El vehículo arrancó y se alejó lentamente.

Luego, más tarde, cuando ya había terminado el desayuno y estaba en su estudio con la nariz sumergida entre las páginas de un grueso libro de texto, sonó el teléfono.

-¿Gerardo Villegas?

Era una voz aflautada que él había escuchado en alguna parte.

-Sí.

-¿En qué andas pensando? Casi te atropello.

Gerardo no dijo nada.

-Soy Armando Silva. ¿Te acuerdas? Si te hubiese reconocido a tiempo ahora estarías en la morgue -bromeó.

Era un tecnócrata antipático que ostentaba su Ph. D. en el M.I.T. y que tenía fama de coquero.

-Supe que te graduaste con honores. Te felicito. ¿Y que tienes planeado? Todavía eres muy chibolo para que un BMW gris plata te deje estampado en la pista.

Gerardo le explicó, un poco amoscado o avergonzado, que la docencia era algo que no le disgustaba.

-Pero van a tener que pasar largos años antes de que puedas pagarte un buen seguro de vida -insistió el otro, con irreductible buen humor.

Y entonces, mundano, invencible, mencionó dos palabras: Empresa Privada.

Lo subrayó con argumentos tan reiterativos como los hits de radio Panamericana.

-¡Empresa Privada!

-Es una propuesta que te a va resultar imposible rechazar -citó con su insoportable voz de eunuco.

Se trataba de una empresa vinculada a uno de los grupos de poder económico (GPE) más influyentes del país.

Y el puesto para empezar era casi demasiado.

-Están desesperados por un jovencito brillante para chuparle hasta la última gota de sangre -sazonó el tecnócrata.

*

Tiempo después Gerardo Villegas se recostaba en su cómodo sillón giratorio; abría la boca y expulsaba un anillo de humo de su Marlboro.

*

Se paró y se encaminó con paso firme hacia el baño destinado a los ejecutivos. Mientras se lavaba las manos, se miró en el espejo.

Nada menos.

*

-Claro, aunque no lo creas yo estaba muy cerca de la cresta de la ola -se ufanó Gerardo.

Manuel lo contempló con una de sus gastadas sonrisas indescifrables, ponzoñosas.

-El éxito temprano enloquece a las estrellas.

* (Manual Supersecreto Del Bacán)

-Aprendí a imponerme -siguió Gerardo-. Alquilé un depto en un edificio que daba al Golf -arqueó una ceja-. Hasta les dejaba sus dolarillos a mis viejitos.

-Lo importante no es sólo ser el mejor sino parecerlo.

Soltó una carcajada.

Manuel llenó un vaso hasta el borde con agua mineral.

-¿Tú nunca chupas? -le preguntó Gerardo por enésima vez.

Tupi comentó:

-Lo que pasa es que éste se emborracha solo, en su cuartucho.

Tupi ya había liquidado dos tequilas. Parecía aburrido con la charla de Gerardo. Anunció:

-Tengo que encargarme de otra mujer insatisfecha.

Y se dirigió hacia la pista.

Se hizo una breve pausa. Gerardo continuó:

-Y la verdad es que estaba hecho una fiera y no sé...

Manuel consideró amable mostrar algo de interés.

-¡ Tenía fichas, compadre!

Manuel hizo un gesto afirmativo.

-Empecé por las pachas, claro, para afinar el instrumento, hasta que por fin me tocó lo mío. Un cuero de primera, compadre. Le medí el aceite en el mejor hotel de Paracas.