Cantan Con Sus Dulces Bocas Circulares
-¡ Adiós muchachos compañeros de mi vida..! -entonó Arturo, atusando el bigote de mosquetero.
Unas horas antes, a las 14.00 hrs. de aquel, el último día de la parejita en el Cusco, el exaltado grupo había irrumpido ruidosamente en una picantería.
El banquete de bodas.
Ayudaron al aturdido mozo a alinear varias mesas; reían incluso de las ocurrencias menos graciosas.
-¡Heladas! ¡Cervezas heladas!
-Ya salen los cuyes -anunciaba, solícito, el propietario del local.
La ceremonia, en la iglesia de San Blas, fue grabada para la posteridad por un sujeto que iba de un lado para otro con una enorme y prehistórica videocámara. El flash de una Kodak supercompacta encegueció al viejo sacerdote, incapaz de regocijarse por la alta misión de representar al dios de los cristianos. Dominique era feliz: ya no tendrían problemas con las fastidiosas autoridades de inmigración.
-¡Salud! -brindó Arturo, en la cabecera de la mesa, justo cuando el mozo, que hacía equilibrio con cuatro platos, tropezó con Manuel, que se limitó a mirar, imperturbable, la avalancha de mote de habas que se precipitó sobre sus botas amarillas.
-¡El marciano! ¡Les presento a mi marciano favorito! -gritó Arturo, al ver a Manuel. Lo abarcó con un amplio movimiento de su brazo, réplica perfecta del giro característico de un cotizado maestro de ceremonias que anuncia a la estrella más pintoresca de la velada.
En realidad había transcurrido ya un buen tiempo desde que Manuel pisara por primera vez la sagrada capital de los Incas para convertirse en Manuel.
Manuel el chiflado de mierda.
Manuel el cantinero.
Su mirada se cruzó con la del dueño del Enterprise.
¡ Cusco es la patria -el hogar natural, la delicia- del Buen Salvaje, de los Políticamente Correctos, y de todos los malditos extraterrestres!
Y también de los cazadores de recompenzas.
* (Escribo para los ignorantes sobre cuestiones que yo mismo ignoro)
El día anterior Arturo se había acercado a Manuel y le había clavado su afilada mano en medio de la columna vertebral, justo entre dos vértebras.
-Te espero en mi oficina. Es importante -ordenó.
-Quiero hablar contigo -le había dicho, con voz grave, misterioso.
Y cuando Manuel se acomodó en la mezquina sillita frente al escritorio, el jefe supremo le ofreció un Black Label.
Le preguntó cómo le iba. Si necesitaba algo.
Peló los largos, angostos, dientes incisivos.
Habló de cualquier cosa. De lo invalorable de los amigos leales.
Un amigo verdadero vela por tu trigo durante la ausencia. Un amigo verdadero vale más que un gramo bien pesado de Alita de Mosca.
-A ver si escribes de vez en cuando. A ti nada se te escapa. Si hay algo que sabes hacer es mirar -hizo una pausa significativa. Se irguió.
-El Enterprise es... el Enterprise.
Manuel observó con curiosidad los ojos de Arturo. Se le ocurrió equivocadamente que una lágrima brillaría.
-Tú eres el mejor -declaró el dueño del Enterprise-: De verdad. Memo es mi pata, ya sé, pero si tú no fueses tan... tan como eres, te hubiese dejado a cargo. A cargo de mi casa, de mi hacienda.
¡ Del Enterprise!
-Tú eres mejor de lo que piensas -dijo.
-Tú eres el único que se salvará -cargoseó.
Estaba borracho. Borracho perdido. Seguramente también su nariz estaba atiborrada de Producto, la Caspa del Inca, la Alita de Mosca, la gran contribución del Perú al género humano.
Le subió el sueldo. Billetes. Le llenó el vaso con Black Label.
-¡ Escríbeme! ¡ Escríbeme sobre todo lo que pase aquí!
Le clavó la mirada.
-¡Paralítico! -diagnosticó finalmente, recobrando la alegría o la lucidéz.
Y al momento de despedirlo proclamó-: ¡Te encargo mi Enterprise!
El Enterprise era seguramente el bar de la frontera final.
El mejor lugar para los que estaban hartos.
*
En el Enterprise habitantes de todos los confines del universo aplicaban sus picos contra vasijas llenas de bebida fermentada y luego destilada.