Beckett y Borges

En 1961 Borges compartió el primer International Publishers Prize con Samuel Beckett. El nunca mencionó a Beckett en sus innumerables ensayos y, hasta donde sé, jamás leyó una línea del irlandés. Permítanme señalar unas curiosas coincidencias. Ambos personajes provenían de países considerados periféricos, países que soportaban un periodo de intenso nacionalismo del que ellos prefirieron declararse ajenos. Ambos sufrieron de crónica inhibición. Ambos hablaban las mismas cuatro lenguas: español, inglés, alemán y francés. Ambos eran traductores. Ambos tuvieron madres posesivas y subyugantes. Ambos estuvieron obsesionados con Dante. Ambos tuvieron un marcado interés teológico, pero eran declaradamente ateos. Ambos escritores inventaban historias ficticias que tenían el claro nutriente de sus lecturas filosóficas, en muchos casos las mismas. Ambos fueron valientes adversarios del fascismo. Ambos se burlaron de los académicos modernos, aunque en la actualidad han sido en cierto modo asimilados por este gremio. Ambos estaban fascinados por la magnitud de la inercia del lenguaje, que se habla sin tener en cuenta las intenciones individuales. Ambos prefirieron dedicar sus mejores esfuerzos a las experiencias esenciales de todos los humanos, en vez de atender los dramas generados por lo particular en caracteres o circunstancias. Ambos estaban fascinados por la multiplicidad del yo y la imposibilidad de escapar de sí mismo. Ambos rondaban los límites entre lo infinito y lo limitado, entre las matemáticas y la metafísica. Ambos vivieron más o menos contemporáneamente hasta una edad avanzada. Ambos proclamaron su deseo de extinguirse total y definitivamente.

“Racine y Mallarmé,” dijo Borges, “son el mismo escritor.” Ahora que ambos están por fin completamente muertos ¿qué podemos decir nosotros? Leer a Borges es una experiencia enteramente diferente, un diferente encuentro, una diferente transmigración que la lectura de Beckett. Cualquiera que sea su jerarquía en el paraíso de los bibliófilos, nosotros podemos solo maravillarnos de que aquellos dos hombres insistieron en la unidad de la experiencia humana y que ellos mismos tenían mucho en común en el amplio registro de lo esencial. Cuando el visionario es además un gentleman resulta un genio de la impostura.

Fragmento de Borges and his Ghosts, por Tim Parks.

Traducido por Oswaldo Chanove

 

 

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