Los asesinos

La puerta del Bangú se abrió y entraron dos hombres y se acomodaron junto a la barra.

-¿En que puedo servirlos? -preguntó Coco.

-No sé… -dijo uno de los hombres- ¿Tú, Chato, qué quieres comer?

-No sé -dijo el Chato-. No sé qué mierda quiero comer.

Afuera estaba oscureciendo. La luz de la calle se filtraba a través de la ventana. Los dos hombres leían el menú. Yo, desde el extremo opuesto de la barra, los observaba.

-Sírveme un estofado de gallina, pero con dos piernas, y nada de camote, y nada de papas. Eso sí, bastante arroz -dijo el primer hombre.

-Eso no está listo todavía.

-¿Entonces por que mierda lo pones en la carta?

-El estofado de pollo es de la comida -explicó Coco- Se lo puedo servir a las seis en punto.

Coco miró el reloj colgado en la pared.

-Son las cinco.

-El reloj dice cinco y veinte -dijo el Chato.

-Está adelantado.

-A la mierda con el reloj -dijo el primer hombre- ¿Que tienes para comer?

-Tenemos todo tipo de sánguches -dijo Coco-. Sánguches de salchicha, sánguches de pierna de chancho, de jamón con huevo, de mortadela, de queso, de palta, de aceituna. También puedo ofrecerles uno de churrasco…

-Yo quiero un ceviche mixto, pero sin pescado, sólo marisco, y además no le pongas nada de cebolla.

-Eso es del almuerzo.

-Todo lo que nosotros queremos es del almuerzo o de la comida ¿ah? ¿Esa es tu manera de chambear?

-Puedo ofrecerles un churrasquito con su encebollado.

-¿Pero está listo el arroz?

-No.

-No me jodas entonces. Sírveme nomás un sánguche de pierna de chancho. Pero échale bastante sarza de cebolla. ¿Tienes sarza de cebolla?

-Sí

-¡Ah!

-Yo quiero un sánguche de salchicha -dijo el hombre llamado Chato. Su rostro era pequeño y colorado y tenía unos labios delgados, apretados. Llevaba una gorra oscura y su casaca era de las que se abotonaba oblicuamente a través del pecho. Los dos hombres eran aproximadamente del mismo tamaño y su ropa era muy parecida, ajustada, con el vientre luchando por rebasar el borde de la correa. Sin embargo sus facciones eran de corte diferente. Ambos estaban inclinados hacia adelante, con los codos apoyados sobre la barra.

-¿Qué tienes para tomar?

-Cerveza, Coca Cola, Fanta, Cola Escocesa, Socosani -dijo Coco- También hay chicha morada.

-Lo que quiero decir es si tienes algo de tomar…

-Sólo eso. No nos han traído cerveza hoy.

-En esta ciudad uno sí que la pasa de la puta madre -dijo el otro- ¿No?

-No nos podemos quejar.

-Oíste eso -dijo el Chato mirando a su amigo.

-No -dijo el amigo.

-¿Qué hacen aquí por las noches? -preguntó el Chato.

-Ellos se comen la comida -dijo su amigo- Vienen en fila y se dan una panzada.

-Sí -dijo Coco.

-¿O sea que todo es okey aquí? -preguntó Chato.

-Sí.

-Tú eres un gran pendejo ¿No es cierto?

-Sí -dijo Coco.

-Sí, seguro -dijo el otro hombre- ¿Y éste qué es, un huevoncito también?

-Ese es un mudito -dijo el Chato. Se volvió hacia mí-. ¿Cómo te

llamas?

-Vicente.

-Otro pendejito -dijo el Chato- Oye Mono, ¿No es éste un pendejo?

-Esta ciudad esta llena de pendejos. Puro pendejo. Pendejos y más pendejos.

Coco puso dos platos sobre el mostrador, uno con el sánguche de salchicha y el otro con el de pierna de chancho. Alistó también un platillo con sarza de cebolla y un salero. Luego cerró la ventanilla dentro de la cocina.

-¿Cuál es el suyo? -le preguntó al Chato.

-¿No te acuerdas?

-El de salchicha.

-Nada más y nada menos que un pendejo -dijo el Mono. Estaba inclinado hacia adelante y mordía su sánguche de pierna de chancho. Coco los miraba comer.

-¿Qué estás mirando? -dijo el Mono con los ojos clavados en Coco.

-Nada.

-Sí, huevón. Tú me estás mirando a mí. ¿Qué me miras? ¿Quieres que te regale mi foto calato?

-Seguro que el pata sólo se estaba pajeando, Mono -dijo El Chato.

Coco se rió.

-¿Y tú de qué te ríes? -le dijo el Mono- Te gusta reírte de todo ¿no?

-Esta bien -dijo Coco.

-Así que éste piensa que todo está bien -dijo el Mono mirando al Chato-. Este piensa que todo está como la puta madre. Está buena la cosa.

-Es que le gusta pensar. Seguro que es un filósofo el conchasumadre -dijo el Chato. Los dos hombres siguieron masticando sus respectivos sánguches. Mientras se hurgaba las muelas con la punta de su lengua el Chato me miró.

-¿Cuál es el nombre del pendejo ese que está allá? -le preguntó a Coco.

-Oye, pendejo -intervino el Mono señalándome con una mano que sostenía la mitad de su sánguche-, ven para aquí, no seas miedoso, no te quedes tan lejos de nosotros, ven, ven, ponte a lado de tu patita.

-¿Cuál es la idea? -dije.

-No hay ninguna idea.

-Tú mejor anda nomás pendejito -dijo el Chato. Fui hasta el extremo de la barra y pasé al otro lado.

-¿Qué es lo que quieren? -preguntó Coco.

-Nada que sea de tu incumbencia, causita -dijo el Chato- ¿Quién está en la cocina?

-El Cholo.

-¿Qué quieres decir con el Cholo?

-El cholo que cocina.

-Dile que se venga también.

-¿Cuál es la idea?

-Dile que venga.

-¿Dónde piensas que estás?

-Oye huevón, ¿Qué crees, que no sabemos dónde estamos? ¿Es que tenemos cara de cojudos o qué?

-Deja de hablar huevadas -le dijo el Chato- ¿Qué mierda te pones a discutir con este? Escucha -le ordenó a Coco-, dile al cholo que salga.

-¿Qué van a hacer con él?

-Nada. Usa tu cabeza, pendejo. ¿Qué querríamos hacer con el cholo? ¿Embarazarlo?

Coco abrió la rendija que comunicaba con la cocina.

-Cholo -llamó-, ven aquí un ratito.

La puerta de la cocina se abrió y el Cholo salió.

-¿Qué pasa?

Los dos hombres lo observaron.

-Muy bien, cholito, tú tranquilo nomás -le dijo el Chato.

El cholo permaneció con su mandil, mirando a los dos hombres sentados contra la barra.

-Sí, señor -dijo.

El Chato bajó de su taburete y sacó una soguilla de su bolsillo. Al cholo lo hizo tumbar al piso y a mí, por alguna misteriosa razón, me dijo de pie, pero con las manos bien amarradas en la espalda.

El sujeto le dijo al Mono que se ubicase frente a Coco, en la barra. No miraba a Coco pero miraba en el espejo que había detrás. El local había sido diseñado como un bar dentro de un restaurante.

-Muy bien, pendejo -dijo el Mono, mirando en el espejo- ¿Por qué no dices algo?

-¿Por qué es todo esto?

-Oye, Chato -llamó el Mono- el pendejo quiere saber por qué todo esto.

-¿Por qué no se lo dices?

-¿Tú qué crees?

-No sé.

-Di nomá, ¿Qué piensas?, con toda confianza.

el Mono miraba al espejo mientras hablaba.

-No sabría decir.

-Oye, Chato, el pendejo dice que no sabría decir que piensa de todo esto.

-Estoy escuchando, imbécil -dijo el Chato-. Escucha, pendejo, párate un poco más allá. Y tú Mono muévete un poco a la izquierda - parecía un fotógrafo dando indicaciones para tomar un grupo de familia.

-Di, nomá, pendejo -insistió el Mono- ¿qué crees que va a pasar?

Coco no dijo nada.

-Te lo voy a decir -dijo el Mono- Vamos a meterle un cohete al Gringo. ¿Conoces al Gringo?

-Sí.

-Viene aquí todas las noches por su combo ¿No es cierto?

-A veces viene.

-El se aparece siempre a las seis en punto ¿No es cierto?

-Si viene.

-Nosotros sabemos todo, pendejo -dijo el Mono-, hablemos de otra cosa. ¿Te gusta ir al cine?

-De vez en cuando.

-Deberías ir más al cine. Las películas son buenas para un pendejo como tú.

-¿Por qué quieren matar al Gringo? ¿Qué les ha hecho?

-No ha tenido la oportunidad de hacernos nada. El nunca nos ha visto.

-Pero ahora nos va a ver. Nos va a ver una sola vez -dijo el Chato.

-¿Entonces por qué quieren matar al Gringo? -insistió Coco.

-Un encarguito de un amigo. Sólo un encarguito.

-Cállate, imbécil -dijo el Chato-, estás hablando como una cotorra.

-No te paltees, sólo estamos hueveando ¿no es cierto pendejo?

-Hablas como una cotorra -dijo el Chato-, en cambio aquí el cholo y mi pendejito están pasándola de lo lindo ellos solitos, calladitos. Los tengo aquí tranquilitos.

-¿Por que no los pones a rezar avemarías?

-Estos tienen cara de pecadores.

-Ya sólo hay pecadores.

-Oye Mono, dicen que cuando estuviste en Luri te volviste beato.

-No me jodas.

-No seas maricón, todos le debemos a la virgencita.

-No me jodas.

El Chato miró hacia el reloj de pared.

-Si alguien viene dile que el cocinero está enfermo y que si quieren regresen más tarde, diles que tú te meterás a la cocina y les harás su comida. ¿Puedes decirles eso, pendejo?

-Esta bien -dijo Coco- ¿Qué van a hacer con nosotros, después?

-Eso depende -dijo el Mono- Esa es una de esas cosas que tú nunca sabrás antes de tiempo.

-Coco miró hacia el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de calle se abrió. Un chofer entró.

-¿Y? Coco -dijo el chofer- ¿Ya esta la comida?

-El cholo ha salido -dijo Coco-, regresará en una media hora.

-Entonces mejor me doy una vueltita -dijo el chofer. Coco miró el reloj. Eran las seis y veinte.

-Te pasaste, pendejo -dijo el Mono-. Eres todo un mentiroso de mierda.

-Lo que pasa es que sabía que podíamos volarle la casposa -dijo el Chato.

-No -dijo el Mono-, no es eso, este pendejo es un buen patita. Me cae bien.

A las seis y veinticinco Coco dijo:

-No va a venir.

Otros dos clientes habían aparecido en el restaurante. En una ocasión Coco tuvo que meterse a la cocina para preparar un sánguche de jamón y huevo "para llevar" que un hombre le había reclamado. Desde la cocina vio al Chato, su gorra alzada sobre el mechón de cabello que le rebasaba la frente, sentado en un taburete junto a la ventanilla, con su pistola de cañón recortado apoyada en el anaquel. Yo y el cocinero estabamos cerca, junto a él. Coco preparó el sánguche, hizo un paquete con papel mantequilla, lo puso en una bolsa de plástico y se lo llevó al cliente.

-Este pendejo puede hacer de todo -dijo el Mono-. Puede cocinar y todo. Las putas de esta ciudad deben estar besándole el culo para que les plante el kiosko.

-Tu amigo el gringo no va a venir -dijo Coco, como una letanía.

-Démosle unos 10 minutitos más -dijo el Mono.

El Mono miró el espejo y el reloj. Las manecillas marcaban las siete en punto. -Vámonos, Chato -dijo el Mono a las siete y media-, mejor nos vamos, él conchasumadre no va a venir.

-Sólo cinco minutos más -dijo el Chato.

En esos cinco minutos entró un hombre y Coco tuvo que explicarle que el cocinero estaba enfermo.

-¿Y por qué mierda no te consigues otro cocinero? -reclamó el cliente- ¿Esto es un restaurante o qué?

-Vámonos, Chato -dijo el Mono.

-¿Y qué hacemos con estos dos pendejos y el cholo?

-No va a haber problema con ellos.

-¿Tú crees?

-Claro. Eso ya está superado.

-No me gusta esto -dijo el Chato-. Esto es una chambonada. Tú has estado hablando como una vieja comadre.

-No jodas -dijo el Mono- Hemos hueveado un poco, nada más ¿No es cierto?

-Es que siempre hablas como una cotorra -dijo el Chato. La pistola abultaba notoriamente bajo su apretada casaca. Alisó su ropa con las manos enguatadas.

-Chau pendejo -le dijo a Coco-, eres un suertudo.

-Eso es la pura verdad -dijo el Mono-. Deberías comprarte la Tinka, pendejo.

Los dos hombres avanzaron hacia la puerta y salieron. Coco los miró, a través de la ventana, pasar bajo el arco de luz y cruzar la calle. En sus apretadas casacas y con sus gorritas parecían un dúo de músicos listos para interpretar "La flor de la canela". Coco regresó entonces, y me desató a mí y al cocinero.

-No me vuelvan a hacer esto -dijo el cholo-. A mí no me vuelven a tocar.

Yo me quedé un rato inmóvil antes de empezar a mover los brazos.

-Di -dije- ¿Qué mierda es todo esto? -estaba tratando de recuperar la flexibilidad de mis movimientos.

-Vinieron a matar al Gringo -dijo Coco-. Creo que querían acribillarlo aquí mismo, en el momento en que se sentase a comer.

-¿Al gringo?

-Claro.

El cocinero se tocaba las comisuras de la boca con los dedos.

-¿Y ya se fueron? -preguntó.

-Sí -dijo Coco-, ya se largaron.

-No me gusta esto -dijo el cocinero-. No me gusta nadita.

-Escucha -me dijo Coco-, tú mejor anda a buscar al Gringo.

-Está bien.

-Mejor no te metas -dijo el Cholo-. No tienes nada que hacer ahí.

-Si no quieres no vayas -dijo Coco.

-Mesclándote en este asunto no vas a conseguir nada -dijo el cocinero-. Es mejor que no te metas.

-Voy a verlo -dije- ¿Dónde vive?

El cocinero dio media vuelta y se alejó.

-Estos patitas siempre se las dan de que saben que es lo que hay que hacer -murmuró.

-Vive en San Lázaro, en la pensión Salas -dijo Coco.

-Voy al toque.

Afuera el arco de luz brillaba a través de la desnuda rama de un árbol. Avancé por el borde de la pista y di vuelta a la calle en la siguiente esquina. Avancé a paso ligero cuadra tras cuadra. Di dos pasos y presioné el dedo en el botón del timbre. Una mujer apareció en la puerta.

-¿Está el Gringo?

-¿Quiere verlo?

-Sí, claro, si está.

Seguí a la mujer por un tramo de las gradas y luego hasta el fondo de un corredor. Ella tocó la puerta.

-¿Quién es?

-Alguien lo busca -dijo la mujer

-Soy Vicente ¿Te acuerdas? Vicente Hidalgo.

-Pasa.

Abrí la puerta y entré. El gringo estaba tirado sobre la cama, completamente vestido. Había sido un boxeador de peso pesado y era demasiado grande para la cama. Yacía con la cabeza sobre dos almohadas. No me miró.

-¿Qué pasa?

-Estaba en el Bangú -dije-, y vinieron dos patas y nos amarraron a mí y al cholo y dijeron que iban a matarte. No tenía mi pistola. Para mala suerte no saqué mi pistola esta mañana.

El gringo permaneció mudo.

-Estaban esperando que aparezcas a la hora de la comida. Seguro que querían meterte un tiro.

El gringo miró a la pared y no dijo nada.

-Coco pensó que lo mejor era que yo venga a avisarte.

-No hay nada que hacer -dijo el gringo.

-Puedo decirte cómo son ellos.

-¿Para qué? -dijo el gringo. Miraba a la pared-. Gracias por venir a avisarme.

-Ya.

Miré al enorme tipo sobre la cama.

-¿No quieres que vaya a buscar mi pistola?

-No -dijo el gringo-. Eso sería por gusto.

-¿Quieres que te de una mano con algo?

-No. No no hay nada qué hacer.

-De repente es sólo un bluff.

-No, no es sólo un bluff.

El gringo se movió sobre su costado hacia la pared.

-La cosa es -dijo, hablando hacia el muro- que no tengo ganas de salir. Voy a estar aquí todo el día.

-¿No puedes irte a otro lado?

-No -dijo el gringo-, estoy harto de todo ese ir de un lado para otro. No hay nada que se pueda hacer ahora.

-¿No hay manera de que puedas arreglar las cosas?

-No. Cometí un error -hablaba con la misma voz plana- No hay nada que se pueda hacer. No te preocupes, más tarde de repente me animo a dar una vuelta.

-Lo mejor sería que vayas a ver a Coco -dije.

-Adios -dijo el gringo. No me miró- Gracias por venir hasta aquí.

Me dirigí hacia la puerta. En el momento de salir vi una vez más al gringo sobre la cama, completamente vestido, con la vista fija en la pared.

-Ha estado en su habitación todo el día -dijo la mujer cuando llegué al primer piso- Creo que no se siente bien. Yo le dije: "Gringuito, deberías salir y caminar un poco, ha salido un rico solcito", pero él no quiso.

-No quiere salir.

-Qué pena que esté enfermito -dijo la mujer- Es un pan de Dios. Aunque él antes era boxeador, tú sabes ¿no?

-Sí, claro.

-Yo lo adiviné por su cara -dijo la mujer. Hablaban en el umbral de la puerta de calle-. ¡Es tan buenito!

-Buenas noches, señora Salas -dije.

-Yo no soy la señora Salas -dijo la mujer-. Ella es la dueña de la pensión. Yo sólo me encargo de todo. Soy la señora Campano.

-Claro, buenas noches señora Campano -dije.

-Buenas noches -dijo la mujer.

Caminé por la oscura callejuela hasta llegar al bien iluminado Campo Redondo. Seguí avanzando con largos trancos y en pocos minutos alcance la puerta del Bangú. Coco estaba adentro, detrás de la barra.

-¿Lo viste?

-Sí -dije-. Está en su habitación y no quiere salir.

El cocinero abrió la puerta de la cocina cuando escuchó mi voz.

-No quiero escuchar nada -dijo, y cerró la puerta.

-¿Le contaste todo?

-Claro. Le conté lo que había pasado, pero él ya sabía todo.

-¿Y qué va a hacer?

-Nada.

-Ellos lo van a matar.

-Yo creo que sí.

-Debe haber hecho un entripado en Lima.

-Es lo más probable.

-Todo esto es una mierda.

-Una buena mierda.

No dijimos nada más. Coco tomó un trapo y empezó a limpiar la barra.

-Me pregunto qué habrá hecho -dije.

-Uno siempre hace algo.

-Sí -dije-. ¿A qué hora te traen la cerveza?

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(sobre tema de Hemingway)

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