Álvaro Mutis El escritor que cayó en la gracia del mar Merecedor de importantes galardones en todo el mundo, entre los que destaca el Premio Cervantes 2001, Álvaro Mutis tiene madera de clásico. La reciente publicación por Alfaguara de un tomo con las novelas de Maqroll el Gaviero así lo confirman. Por
Oswaldo Chanove El
océano ejerce un fuerte magnetismo sobre la mirada, probablemente por
una nostalgia de lo inmenso, de lo hondo del origen. El río, por otro
lado, es la metáfora de la vida que siempre es la misma y nunca es
igual. El mar y el río son dos de las más importantes constantes de la
obra del colombiano Álvaro Mutis, considerado por muchos, el más
importante poeta latinoamericano vivo. Lo curioso es que la obra de
Mutis no fue suficientemente apreciada hasta que la saga de Maqroll el
gaviero se convirtió en un éxito editorial. Maqroll no es un personaje
del realismo mágico como algunos podrían sospechar siguiendo el origen
del autor. Maqroll pertenece más bien a la estirpe clásica de los
grandes trotamundos que no se sabe si están buscando a alguien o a algo,
o si es algo o alguien lo que los persigue. La primera referencia que a
uno se le ocurre al introducirse en las novelas de Mutis es Conrad. Pero
en las novelas del polaco inglés Joseph Conrad los aventureros suelen
estar impulsados por una carga pasional como la expiación, la
contaminación con la energía salvaje y primigenia de lo desconocido, o
la enajenación esencial. Otra rápida referencia es el Corto Maltes,
ese gran clásico del historietista italiano argentino Hugo Prats. Pero
el Corto maltes es un aventurero menos subjetivo, un vitalista, un héroe
enamorado de sí mismo que va por la vida en busca del tesoro de la
“intensidad vital”. Para el Corto Maltés todo se justifica por el
hedonismo de la búsqueda, por la aventura intrínseca, por los
decibeles de emoción. En cambio Maqroll es un trotamundos desencantado
que viaja a la deriva impulsado por los caprichos de la corriente, por
los azares del viento, sin ninguna ilusión, sin el ansia de una meta.
Parece saber de antemano que la vida es algo vano, que todos somos
rehenes de la nada, que hay una anómala belleza en el fracaso y que, en
la raíz de esta belleza está contenida la clave de la existencia. Pero
lo que realmente hace a Mutis un escritor mayor no es sólo la dimensión
existencial de sus obras, ni cierta pátina arcaica de que cubre a sus
temas, lo que hace irresistible a este viejo colombiano es una noble
prosa de belleza profundamente melancólica. A pesar de que Maqroll es
un personaje sin nacionalidad conocida, y que ha recorrido los más
remotos lugares, el centro vital de sus reflexiones o de los hechos que
resumen su existencia se da en medio de ambientes tropicales, como los
que atraparon la imaginación de Mutis ya desde su infancia. La materia de los años del perpetuo exiliado Álvaro
Mutis Jaramillo nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923, en el seno de
una familia de la aristocracia Colombiana. Como consecuencia del
nombramiento de su padre en la legación de Bruselas, el pequeño Álvaro
vivió desde los dos hasta los nueve años en Bélgica. A causa de esto
el castellano no fue el idioma de su infancia, aunque la familia
regresaba a Colombia cada año, y los niños aprovechaban para dedicarse
a la exploración y conquista de los tropicales rincones de la finca de
su abuelo materno. Estos terrenos, ubicados en las estribaciones de la
Cordillera Central, en la región de Tolima, marcaron para siempre a
Mutis, que ha llegado a afirmar que cada línea de su obra está
inspirada en este perdido paraíso. Cuando sobreviene la temprana muerte
de su padre, Carolina Jaramillo, su madre, decide retornar con sus hijos
a hacerse cargo de la finca familiar que acababa de heredar. Irse de
Europa fue para Mutis una conmoción, Colombia no era un sitio donde se
vivía sino donde se jugaba, de donde siempre se regresaba al terminar
las vacaciones. Mutis no fue un buen estudiante. Ni siquiera terminó
sus estudios colegiales. Un día, cuando monseñor José Castro Silva,
rector del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, le llamó la
atención por su bajo rendimiento académico, recordándole que era
descendiente directo del hermano del sabio José Celestino Mutis,
contestó que tenía muchas cosas que leer, y no podía perder el tiempo
estudiando. Además estaba su exigente pasión por la ciencia del billar,
a la que dedicaba largas tardes. Pero a pesar de la opinión de algunos,
su sentido de la responsabilidad no era inexistente. A los 18 años se
sumergió en los oficios más disímiles para mantener a Mireya Durán,
su joven consorte, con quien tendría tres hijos. García Márquez
cuenta que cuando Mutis era locutor de la Radiodifusora Nacional de
Colombia un marido celoso lo esperó en la esquina, armado, porque creía
haber detectado mensajes cifrados a su esposa en varios de sus programas.
Otro de sus trabajos memorables consistió en doblar la voz de uno de
los enemigos de Eliot Ness, en la serie Los Intocables. En 1954
consiguió el puesto de jefe de relaciones públicas de la Esso,
y su nivel de vida mejoró sustancialmente hasta que fue acusado de
distribuir el presupuesto con excesiva liberalidad entre ciertos
proyectos culturales. Tuvo que huir a México, pero tres años después
lo alcanzó el largo brazo de la ley y fue confinado en la prisión de
Lecumberri durante 15 meses, cosa que él aprovechó para redactar
poemas, relatos, y para montar una obra con un grupo selecto de
malhechores y asesinos. A los pocos años de salir de la cárcel se casó
con Carmen, su actual esposa, se convirtió en gerente de ventas para América
Latina de la Twentieth Century Fox, y continuó durante 23 años una
rutina interminable de viajes. En 1988 cumplió con el tiempo requerido
para el retiro, y pudo dedicarse a leer y a escribir. Desde entonces,
publica un libro cada año. Marea
y fiebre del destino
Cuando
en 1997 Álvaro Mutis recibió el Premio Príncipe de Asturias de las
Letras y el Reina Sofía de Poesía dijo a sus entrevistadores que el
reconocimiento a su obra poética contradecía a muchos críticos que,
con apresuramiento o mezquindad, lo habían acusado de traicionar a la
poesía al incursionar en la novela. Y es que la miopía era flagrante,
pues la obra poética y narrativa de Mutis están tan profundamente
imbricadas que una explica a la otra, y en algunos momentos la obra
novelística llega a parecer un natural desarrollo, una expansión
inevitable de poemas o hasta de simples versos. Por otro lado, Maqroll,
el personaje central de casi todas sus novelas, aparece por primera vez
en 1953, en Los elementos del desastre, en cierto modo el primer
libro de poemas de Mutis, si dejamos de lado La balanza (1948),
un tomito inicial escrito en colaboración con Carlos Patiño. Además,
el destino, seguramente el tema principal de la obra de Mutis, es
convocado, expuesto y explorado en poemas y novelas por igual. En ambos,
en verso y en prosa, el lector se siente frente a alguien que nos remite
a la vida como un fenómeno de la eternidad donde todo ya está trazado,
donde el comienzo y el final están escritos, y donde, en consecuencia,
la resignación se propone como el ingrediente para enfrentar con alguna
sabiduría lo abrumador. Para Mutis parece ser inevitable rendirse ante
el secreto orden de las cosas, inclinarse ante la misteriosa belleza que
hay en la rutinaria derrota de los sueños frente a la inclemente
realidad. Las empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero que se
narran en sus siete novelas son más tribulaciones que empresas. Los
argumentos pueden resultar hasta insulsos, los personajes no son muy
variados y responden a similares perfiles y entonces el hechizo responde
en un 80 por ciento a la riqueza de la prosa que, sin ser suntuosa,
alberga en su interior una vocación cosmogónica y, en lo exterior,
compensa incluso a la más exigente de las orejas. En realidad Mutis no
es un escritor moderno. El ha afirmado muchas veces que se equivocó de
siglo, que debió nacer y morir en el XVIII. Como novelista Mutis
rechaza la parafernalia de la novela del siglo XX para aferrarse a la
elocuencia primaria de un relato supuestamente oral, y arma su
estrategia de manera directa, sin astucias, contando una historia con el
afecto y las maneras corteses del miembro de una tertulia. Y al terminar
de leer cualquiera de sus libros uno siente el deseo de levantarse y
estrecharle la mano con efusividad.
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