Carta del 8 de junio. 2000

París.

Es bueno haber hablado contigo. Siento que estas muy bien. Me alegra mucho. Ayer decidí reactivar el mundo real, haré una fiesta en mi casa el fin de semana. Mi familia estará en vacaciones. Es un poco difícil todo. Creo que uno no se cansa de descubrir que uno está lleno de defectos. Pero tal vez es peor ser un juez poco piadoso, porque cada paso que se da es vigilado por tu conciencia hasta inmovilizarte. Había pensado dedicar el tiempo a perfeccionarme, a no permitir un solo error. Había ya dedicado algunas horas. No sirve. Solo hay desanimo. Pero hay un día, un sólo momento que puede hacer girar todo. Claro.

Ayer estaba en la estación del metro, cuando llego el tren y bajaba todo el mundo, una muchacha sale corriendo, una negra vestida de negro. Las negras aquí se ponen cabellos rubios, así que esta los tenía hasta la cintura. Saca un cuchillo y lo levanta hasta sus ojos. De repente, una atmósfera super rara se instala en el anden, porque todos, todos, nos callamos y ella cambia a una cara violenta y a la vez bella, bueno, luego corre hacia un punto determinado y al segundo yo cierro los ojos porque imagino que va a clavárselo a otro negro que va de espaldas. Después ella se detiene ante un panel publicitario, marca un cuadrado con el cuchillo y desprende un pedazo de papel rojo, lo mira y lo guarda en su bolsa.

No se por que no he sido feliz hasta ahora. Tal vez es solo cuestión de actitud, es probablemente solo arrogancia. Es una gran estupidez. Siempre he querido que sea algo externo, alguien, lo que me de felicidad. Es un error.